(Des)Empeño de una casa

Laura Benetti
Psicoanalista. Asociada de la NEL - Lima

“Gozar de un cuerpo cuando ya no hay un traje deja intacta la pregunta”.
(J. Lacan, Seminario XX)


Hace unos días fui invitada por G. Campuzano para participar de su proyecto “Museo Travesti del Perú”[1]. Cada vez que pongo la palabra travesti, el corrector de Word la subraya con rojo y, además, no ofrece ninguna sugerencia. Habrá que proponer, entonces, alguna cuestión sobre el tema travesti, que vaya más allá de los límites de los programas informáticos, ya que sabemos desde el psicoanálisis que el lenguaje es capaz de perforar algunos programas y que el traje no viste lo imposible de descifrar para cada mortal.

El título que elegí para este escrito es una ligera modificación del de una obra de Sor Juana Inés de la Cruz, El empeño de una casa. En esta aparece un travesti que lleva por nombre Castaño, personaje oscurito, de tez morena. Él introduce, para el espectador, no sólo la transformación de sus vestidos, sino también una verdadera falsificación gramatical dentro del texto, pues Castaño comienza a travestirse en el momento en que recuerda su pasado indígena. Su metamorfosis se da en el escrito pieza por pieza, dando así al lector la posibilidad de asistir a su ritual.

Simultáneamente, el efecto de la escritura de Sor Juana es dejar constancia de ese esfuerzo: soy monja porque quiero escribir y dedicarme únicamente a ello, dejando de lado los mandatos que la sociedad hace pesar sobre las mujeres. No cito literalmente a la autora, pero sí recojo algunas de sus posiciones más conocidas. Juana escribe y se dirige a la escritura. Y cuando su persona es puesta en tela de juicio, responde creando algunos de los textos más osados que se han escrito como respuesta a la necedad de algunos dogmas. De este modo, defiende el rumor de su singularidad con su pluma.

Más cerca en el mapa, otra monja, Catalina de Erauso, se vestía de alférez para llevar a cabo su obra, al interior de un programa que también la subrayaba con rojo. Ella se sirve del traje para perforar el interdicto político que pesaba sobre las hembras de su tiempo. Sus hazañas de soldado de espada y cruz contravienen los preceptos de su propia orden y ponen en cuestión las doctrinas de los militares de su entorno.

“Mi inclinación era andar y ver el mundo” (Catalina de Erauso, Historia de la monja alférez, p. 33).

“Militaba en estos tiempos en esta guerra una Monja encubierta, y en habito de soldado, con acciones varoniles, y desgarros de soldado que nadie juzgaba, que era mujer ni pudiera presumir, que era monja” (Diego de Rosales, Historia general del reino de Chile. Flandes Indiano, libro V, capítulo XXXVIII, p. 808).

“Lo que la propia naturaleza aborrece tiene que ser inapropiado. La naturaleza viste a cada sexo con la indumentaria adecuada” (San Ambrosio, Carta Nº 78).


Parece, pues, que la monja alférez prefirió ignorar las palabras de San Ambrosio, pues como ella misma afirma, quería “andar y ver el mundo”. Y, justamente, esta decisión permanece vigente en cada sujeto que se concede una envoltura propia: El falso semblante de la totalidad se disipa[2].

En consecuencia, ambas mujeres supieron desordenar el mundo en el que vivían y tuvieron que ofrecer sus armas para delatarlo. Una con la escritura y la otra con su andar, hicieron posible un discurso de emancipación. Frente a estos discursos, los psicoanalistas pensamos que dicha emancipación es una respuesta al Amo. Preciosas, sin duda, sus respuestas que permanecen correlativas a una reacción.

El resplandor de la tela

“Le sueño un vestido de nubes hiladas”. (L. Aragón)

Cuando G. Campuzano vino por primera vez a mi casa traía un ejemplar de su libro del museo travesti y algunas ideas que quería compartir conmigo para la mesa sobre literatura y psicoanálisis que se llevaría a cabo en el Centro Cultural de España. En el marco de una conversación íntima y entusiasta, le fui haciendo algunas preguntas. Para el presente artículo, he recortado dos momentos de esta charla.

Cuando cerré la puerta de la casa, comencé a pensar en los temas que podría abordar en la presentación a la que G. me había convocado. Tomé de mi biblioteca el epistolario de Freud al azar. Un flechazo de memoria guió mis gestos en apariencia espontáneos. Encontré una carta de 1897 llamada El manuscrito M. de la cual sobresalía un pasaje frente al resto. Lo leí en voz alta como suelo hacerlo: “La primera variedad de la desfiguración es en efecto la falsificación del recuerdo por desmembramiento, en el que se descuidan precisamente las relaciones de tiempo”.

Cuando era apenas un pequeñín, G. escuchaba cuentos de la boca de su madre. Y, un buen día, comenzó a desvestir a los personajes masculinos para luego vestirlos de mujer. Su madre, de voz apacible, continuaba relatando epopeyas cada vez más sofisticadas, respondiendo, de este modo, al interés creciente de su vástago. Esta operación silenciosa de travestir las figuras del relato de su madre continuó algunos años más. Luego vinieron los juegos frente al espejo usando los afeites que tenía a la mano. A lo lejos, la voz de su madre invocaba un cuerpo… Invoca.

Pensé que podía darle mi voz para que recorte figuritas y cometa su exceso irrealizable, conjurando los materiales que le permiten construir un modo idealizado de sexo, en el que se descuidan las relaciones de tiempo. Asimismo, al momento de escribir este artículo, pienso que la voz que se presta realiza el montaje invocante de un cuerpo imposible. Creo que esta voz prestada se configura como una serie de imágenes desmembradas que permiten la falsificación. Gracias al relato de G., comprendí que la eficacia de su impostura desmiente lo intolerable de una ausencia.

Su pasión cosmética me dejó saber que G. hace existir la voz-mujer a través de la demostración. Es Lacan quien, luego de muchos años de pensar algunos conceptos acerca de la clínica de la perversión, descubre que la demostración[3] es necesaria porque el otro, a su vez, es pieza fundamental en la apuesta del travesti. Y esta apuesta consiste en producir la pura expectativa para sorprender; por lo tanto, requiere del otro para ello, así como de lo público[4].

El segundo momento de nuestra conversación que ahora me interesa señalar, tuvo lugar cuando G. examinaba la razón por la cual los travestis se acercan a los rituales religiosos y se dedican a viajar por el Perú para asistir a las fiestas y a las celebraciones, ya que cree que ellos consiguen esconderse en la multitud de la fe y, de ese modo, realizar su acto. Por mi parte, hice una diferencia, necesaria, para discutir el tema: que una cosa es la liturgia y otra muy distinta el discurso de la religión. Luego, le pedí que se detenga en el tema de lo sagrado y el misterio de la encarnación[5] y le comenté que Lacan definía al barroco como la historieta del anecdotario de Cristo y que Dios, según Lacan, sabe cuánta gente ha mordido el anzuelo; que el barroco formula una regulación del alma por la escopia corporal que no es otra cosa que la exhibición de cuerpos evocando goces, cuerpos martirizados para gozar la verdad religiosa.

Ya lo decía Rilke: “lo terrible en la belleza se soporta”. Con respecto al aspecto público, es decir, el libro, la muestra, el museo, las conferencias, las entrevistas, los pasacalles, los travestis ofertando sus favores, cociendo las ropas, maquillando los cuerpos, peinando y afeitando los pelos; las fotos, las leyendas, los textos; todo resulta una suerte de dispersión que respeta la colección, el azar, el encuentro y lo borrado. En suma, una evocación de goce exhibida en el museo que respeta el resto, es decir, a aquello que se vuelve irreductible a la interpretación, y que, en consecuencia, hace innegable la proeza de que “ciertos fundamentos ideológicos comiencen a resultar insuficientes”[6].

De este modo, el acierto del artificio que introduce el museo en su dispersión es dar cuenta de lo más íntimo de esta ausencia de relación. Allí radica, a mi parecer, el elemento más sutil de lo que no conversa en la obra. El testimonio de una metamorfosis de la traslación de un estado a otro y la búsqueda de retazos de transformaciones, que van desde la tapada Francisco Pro (quien fuera juzgado en agosto de 1803 y condenado a seis meses de trabajos forzados, previo paseo de la vergüenza pública, y en cuya sentencia, que buscaba ser ejemplar, se puede leer: “pervertido y sodomita que además llevaba el extraño oficio, en un varón, de dedicarse a la costura”), pasando por las experiencias de los inmigrantes chinos (la mayoría de ellos mozos de cuadra que vestidos de mujer hacían sus representaciones en el teatro Odeón), y los rituales preincas, para terminar con los bellos cuadros del artista Bendayán. Verdadero privilegio para la que escribe haber gozado de su materialización.

Para terminar, quisiera transcribir, por la riqueza de su apreciación, un comentario vía e-mail de Mario Bellatin sobre este tema, en el marco de la intervención que nos tocaba de suerte en el programa del museo travesti: “Eso del travestismo me tiene muy cambiante. Precisamente anteayer en Puebla vi uno de esos shows y era como el sello que le falta al horror cotidiano. Si las cosas de la cultura masiva ya de por sí son espantosas, el cuño del travesti de alguna manera las autentifica. Como una suerte de notario del espanto. Es curioso cómo al perder su rol social, su razón de ser sea la de husmear en los bordes para otorgarles su carta de naturalización”.
Agradezco a G. Campuzano por haberme brindado la oportunidad de un encuentro, por hacer posible, con su deseo, la aparición de un artificio que pone en letra pública lo sagrado [7] de una imposibilidad. Agradezco, además, haber estado despierta y sorprendida.


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[1] Museo Travesti del Perú. Giuseppe Campuzano. Publicación a cargo del autor con el auspicio del Institute of Development Studies.

[2]Walter Benjamín, Sobre el programa de la filosofía futura.

[3] “¿Qué sabe y qué demuestra el perverso? Que la complementariedad hombre-mujer no existe, y que por lo tanto debe ser sustituida por otros recursos de producción de goce. Muestra que no existe una relación complementaria entre hombre y mujer, que las estructuras subjetivas masculina y femenina no se pueden definir en una relación recíproca. Poniendo el acento no en la interrogación sino en la demostración hace evidente que el complemento no existe. (...) Requiere del otro ya sea para su deseo como para su goce. Requiere la presencia y la intervención de ese otro. Nada podría plantearse sobre su acto sin la presencia del partener real, por medio del cual se cumple la relación con el Otro. El perverso sólo se satisface cuando tiene alguna señal de que el otro ha sido alcanzado por su acto, que el otro de alguna manera se ha conmovido, le ha producido algún efecto”. Roberto Mazzuca, Perversión. De la psicopatía sexualis a la subjetividad perversa. Bergasse 19 Ediciones.

[4] “El perverso se imagina ser el Otro para asegurar su goce, el neurótico se imagina que es un perverso para garantizar al Otro”. Jaques Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. Escritos. Ed. Siglo XXI.

[5] “La encarnación de Dios en un cuerpo y supone en verdad que la pasión sufrida en esta persona haya sido el goce de otra”. J. Lacan. Seminario XX. Ed. Amorrortu.

[6] Luis Tudanca, De lo político a lo impolítico. Grama Ediciones.

[7] Sigmund Freud, Carta 129. “Lo sagrado es lo que descansa en los seres humanos en aras de una comunidad más vasta, para la cual han sacrificado un fragmento de su libertad sexual y de su perversión”. Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904) Amorrotu, Buenos Aires, 1982.

1 comentarios:

  olivyapacelli

28 de febrero de 2022, 0:48

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