Editorial

La quinta Bella Carnicera, en esta ocasión, hace las veces de antesala de las Quintas Jornadas de la NEL. El motivo de nuestras Jornadas celebra al Seminario 17 de Jacques Lacan –El Reverso del Pscoanálisis–, ofrecido un año después de los acontecimientos de mayo del ’68. Este fue el seminario en que J. Lacan estableció los cuatro discursos que dan cuenta del lazo social, cuatro matemas lacanianos que muestran la estructura del conjunto de las relaciones posibles entre el sujeto y el Otro, según como la época contemporánea permite establecer. Este es también el seminario que permitirá demostrar de qué diversas maneras la realidad psíquica instituye la realidad social y a la inversa, al punto que puede decirse, simplemente, como lo hace Jacques-Alain Miller, que la realidad psíquica es la realidad social, frase con la que ya presentáramos a La Bella Carnicera en una editorial anterior.

“Inconsciente citadino”, justamente, es el nombre de una de las secciones habituales de nuestro periódico. En ella se refieren las manifestaciones del inconsciente que podemos encontrar en una ciudad, ese mismo que atraviesa a los ciudadanos que la habitan como si del discurso del Otro se tratara.

Plus de goce, nombra J. Lacan en este seminario (a propósito de la noción marxista de plusvalía), al objeto del goce que se pierde, al objeto del goce que no hay, al objeto del goce que se quisiera recuperar y del que la pulsión exige siempre más. Es por esta causa que La Bella Carnicera tiene una sección llamada “El sujeto plusmoderno”, neologismo de cuño limeño con el que designamos al espacio dedicado a pensar críticamente sobre nuestra época, la posmoderna, dicen, que apuesta por el plus con que el mercado seduce al sujeto prometiéndole la fiesta interminable, cuyo reverso es el estrago interminable.

Y como nuestra acción consiste en identificar a los significantes que gobiernan las opiniones que configuran “la actualidad”, especialmente los de aquellas que se adhieren a la patología de la normalidad, no podíamos dejar de tener una sección que explicitara de qué manera el psicoanálisis es el revés del discurso del amo, por qué razones y con qué argumentos nos ubicamos a prudente distancia de las versiones pseudo científicas sobre el psiquismo así como de las versiones oficiales de todo tipo. Esto sucede en la sección que llamamos “La Resistencia”. Allí, sobre todo, combatimos en defensa del sujeto deseante.

La letra es la marca de la escritura, rastro, resto, surco del goce que la palabra deja caer sobre el cuerpo de un texto mayor. “Jirón La Letra” es nuestra sección destinada a las publicaciones, desgarradas a veces por la filuda pluma de alguno de nuestros carniceros.

Para las artes, cualquiera de las siete, nos inspira “La musa en el bodegón”. Pero como no hay musa sin relación con la ausencia de relación, del amor y la sexualidad –eso de lo que Sócrates sí sabía–, hablamos en “El Banquete”.

Las entrevistas se vuelcan en “Diván de cuero” y los mensajes que recibimos se responden en “La carta robada”, en la que cualquier lector podría encontrar su propio mensaje en forma invertida.

Hay el psicoanálisis aplicado a la terapéutica, el que cavila en torno a la obtención de efectos terapéuticos sin traicionar los principios éticos, y hay el psicoanálisis puro, el que prosigue hasta alcanzar el síntoma singular con el que un sujeto suple su exilio radical del Otro. Para hablar de estos y otros temas propios del psicoanálisis puro, y transmitir a nuestros lectores algunos de los términos de los que nos valemos para orientarnos en la clínica, hemos instalado a la batería psicoanalítica en la sección Puro psicoanálisis.

Así más o menos se viste La Bella Carnicera en cada una de sus apariciones, uniforme nunca –no siempre trae todas las secciones y a veces viene con más de una cosa que de otra: depende del clima. Y como decíamos al principio, en esta oportunidad la primavera del psicoanálisis se hace sentir a través de las Jornadas de la Nueva Escuela Lacaniana, cuyo objetivo principal es la defensa de la clínica del sujeto.

Como Lacan y con él –no después de él, como advierte Jacques Alain Miller*– se trata “del psicoanálisis en el presente, de hacer deseable el psicoanálisis, activo hoy y ahora igual que la primera vez. Siempre es la primera vez para quien entra en análisis. Y debe ser siempre la primera vez para el analista que lo recibe.” Ello no será sin tener en cuenta “las creencias, las supersticiones y también el gusto de los hombres de hoy, especialmente los jóvenes, o los menos envejecidos”. La vía del psicoanálisis, –termina diciendo– conduce a “devenir más real, devenir ‘sí-mismo’ más real. Saber guiarse sobre el puro real.” Es lo que tendremos ocasión de constatar este octubre próximo.

Un efecto singular de este discurso es La Bella Carnicera. Psicoanálisis periódico, el periódico psicoanalítico de la orientación lacaniana en el Perú.

Q. E. D.

Marita Hamann

La directora de LBC


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º J.-A. Miller: “Lacan enseña”. En: Consecuencias. Revista digital de psicoanálisis, arte y pensamiento; No.1, Abril 2008. http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/001/default.asp

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El caso “Rojas”

Juan Fernando Pérez,psicoanalista colombiano, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Presidente entrante de la Nueva Escuela Lacaniana y Director de las V Jornadas de octubre en Lima, comparte con nosotros su agudo examen acerca de un sonado hecho de la vida política y social colombiana. Constituye un magnífico adelanto a los diversos análisis que, junto a otros colegas del mundo, se desplegarán este 17, 18 y 19 de octubre en Lima.



Voy a referirme a un acontecimiento reciente de la vida política y social colombiana para considerar una dimensión del crimen en el orden humano.
El acontecimiento del que hablo es el asesinato que se produjo hace algunos meses de un importante dirigente guerrillero conocido como “Iván Ríos” por su lugarteniente, conocido éste bajo el apelativo, ya significativo, de “Rojas”. Me referiré a las circunstancias del asesinato y a las reacciones que han sido divulgadas, tanto del asesino como del Estado colombiano.

En primer lugar, señalo las circunstancias que rodearon el crimen. “Rojas” se hallaba particularmente “aburrido” (según sus palabras) en la guerrilla, desde hace algún tiempo, cuando comete el crimen. A este grupo se enroló por razones estrictamente económicas, de acuerdo con su testimonio. Se le había prometido un salario, satisfactorio para él, y éste es el único móvil manifiesto que le decide a hacerse guerrillero. Por tanto, ningún ideal político o similar estuvo presente, ni en la oferta de incorporación ni en la decisión de “Rojas”. Dicho de otra manera, lo cual no es irrelevante a los propósitos aquí examinados, este hecho pone de presente el carácter mercenario de estos grupos en armas, tanto como de “Rojas” mismo.

Luego, “Rojas” se destaca por sus calidades militares, lo que hizo que llegara a ser designado como guardaespaldas del jefe guerrillero muerto, miembro éste del comando nacional de las FARC. Pero llega el día en que “Rojas” comienza a “aburrirse”. Esto, según lo declara igualmente, a causa del incumplimiento en el arreglo económico que se produjo al enrolarse en las filas guerrilleras; también debido a los malos tratos que recibía de su jefe y al apremiante hostigamiento que padecía su grupo de parte del ejército, lo cual minó la solidez del mismo en múltiples sentidos.

Veamos ahora el asesinato mismo. “Rojas” aprovecha su función de hombre de confianza de su jefe para matarlo, al igual que a la compañera de éste, dándoles unos balazos mientras dormían. Haberlo hecho le permitiría, como en efecto sucede, poder entregarse a las autoridades en condiciones tales que pudiera ser bien recibido, sin imputaciones ni persecución. Tomará medidas que aseguren lo anterior. Y así, decide igualmente llevarse consigo una parte del cadáver de “Ríos”, mutilándolo entonces, para dar testimonio de la veracidad de sus palabras ante los mandos militares; también opta por entregar el computador personal del guerrillero muerto y otras pruebas de su traición a éste y a la guerrilla.

Destaco ahora dos de sus reacciones que juzgo como las más significativas dentro de la perspectiva que aquí interesa:

1.- En el asesino no hay huella, en ninguno de sus testimonios ni en sus conductas conocidas pero, especialmente, en los testimonios iniciales luego de su entrega, de sentimiento de culpa alguno por los actos que cometió, esto es, por el asesinato de “Ríos”, por haberse procurado la prueba macabra que entregó (es decir, haber cortado y transportado la mano derecha del muerto) y por haber participado en otros actos criminales. Hasta donde tengo conocimiento, “Rojas” continúa hoy sereno y satisfecho por sus actos, los cuales le brindan, en adelante, seguridad, alimento y un futuro promisorio.

2.- Si bien el sujeto en cuestión, según las informaciones conocidas por mí hasta hoy, no buscaba en principio más que demostrar su traición y ser reincorporado a la vida civil, sin cargos, ni penas, al enterarse de la posibilidad de una recompensa económica por sus actos, la actitud desprevenida y espontánea que demostró en principio, se hizo más reservada y cauta. Concomitante con lo anterior, el hecho de haberse convertido en personaje público, bajo las circunstancias descritas, es vivido con signos de evidente satisfacción.

A partir de lo anterior, puede afirmarse, desde mi punto de vista, que estamos ante lo que se conoce como un auténtico canalla, vocablo que la lengua ideó para designar a los sujetos que se caracterizan por carecer de todo sentimiento de culpa por sus actos, sean éstos cuales fueren, condición ésta sine qua non para efectuar un duelo por un sujeto no perverso, y más allá de ello, para participar de una vida colectiva en forma responsable.

Preciso un tanto más lo anterior. El psicoanálisis tiene razones múltiples y de fondo para considerar la culpa como el sentimiento más poderoso que permite a los humanos la civilidad, si bien ha establecido igualmente que es causa de neurosis penosas y de otros importantes sufrimientos subjetivos. He allí una paradoja del ser hablante. De tal sentimiento es posible liberarse, pero ello exige un trabajo subjetivo complejo que, entre otros hechos, impida la instalación del cinismo y la canallería en quien se libere de los mismos. Con tales elementos ha de saberse que la estructura perversa se define como la inmunidad subjetiva a la culpa.

El acto de Caín es desde siempre un símbolo del canalla y en él se puede reconocer con nitidez también lo innecesario del duelo para todo sujeto de tal estirpe. El duelo es el proceso indispensable que requieren los sujetos que valorizan los lazos sociales más allá de la utilidad inmediata que éstos puedan brindarle para reparar los efectos de una pérdida.

Señalo ahora algo sumario sobre la posición de las autoridades colombianas (hasta hoy) ante los hechos antes considerados. La función básica del Estado es la de regular la vida ciudadana promoviendo aquello que lo permita, condenando y castigando aquello que lo impida. Estimo que, aun bajo circunstancias bélicas, y menos aún bajo un régimen de vida civil, ningún Estado civilizado debería hacer de un acto canalla, y menos todavía de un sujeto de este orden, motivo de reconocimiento alguno. Por el contrario, su deber esencial es el de castigarlo en toda ocasión, cuando tenga conocimiento del mismo, sean cuales sean las circunstancias que rodeen los hechos.

A partir de lo anterior, me parece necesario considerar al menos tres ideas:

1.- Ningún fin debería justificar ningún medio. Siempre que este principio se viola, la argumentación retorcida y ladina es aquella que intenta hacerse primar. Es el caso hoy de autoridades principales del Estado colombiano ante los actos de “Rojas”, de algunos legistas y de ciertos opinadores de oficio, para justificar disposiciones legales que por sus consecuencias más profundas promueven en lo social la deslealtad, la cobardía y la traición, al margen de su eficacia contra la barbarie guerrillera.

2.- La época actual se caracteriza por hacer primar la eficacia por encima de los principios. Ello hace que su lógica imponga la exaltación de lo inmediato, del individualismo y de otros rasgos propios de los tiempos, por encima de toda ética. Este caso es un ejemplo doloroso de esto. A ello se opone una eficacia con principios.

3.- La violencia se promueve, en especial, bajo los regímenes de impunidad. La actitud del Estado ante los crímenes de “Rojas”, en particular dado el alcance social que su acto ha tenido, constituye una forma inmoral e inaceptable de promover la violencia.

Me pregunto algo adicional para concluir: ¿qué debe hacerse cuando los hechos y el examen de éstos, demuestran que una política judicial y unas disposiciones legales son perversas, a pesar de ser eficaces para unos fines concretos, necesarios hoy de alcanzar en Colombia, dada la barbarie de la guerrilla? ¿Corregir lo perverso y exponerse a demandas que pueda darse como consecuencia de esas políticas y disposiciones, o sostener lo indecente e inmoral que exista allí, pues, en apariencia, ya no habría cómo retroceder?

El debate que se ha abierto hoy en Colombia con este caso, que ya tiene antecedentes importantes en la vida política y jurídica colombiana, tiene pocas posibilidades de que modifique algo de lo que está hoy enraizado en esta sociedad. No obstante, el debate debería producirse en los espacios donde ello sea posible.

Finalmente, y para considerar el hecho inmediato en juego, conviene señalar lo siguiente: se sostiene la tesis según la cual se debe pagar la recompensa a “Rojas”, pues al no hacerse, el Estado mentiría, dadas las disposiciones legales que lo prometen. Ante ello sería necesario decir que si es indispensable pagar algo, la conveniencia moral indica que esto debería solo hacerse ante el fallo por una eventual demanda por no pagar una recompensa y no por sostener una política judicial perversa en sus consecuencias. De tal manera que, aquello a lo que se quedaría expuesto sería, no a una mentira del Estado, sino a la exigencia de sostener el valor civil requerido para corregir lo que se debe corregir. Pero ¿es ése el caso hoy en Colombia?.

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“Producto Terapéutico”: ¿de oferta?

Por Jannise Gallo Alvarado


Basta con hacer un mecánico zapping, reposando frente al televisor cualquier día de la semana, para encontrar en varias cadenas de cable, además de la antena nacional, una multiplicación de programas que intentan mostrar cómo solucionar los problemas actuales de índole subjetiva que comparten los televidentes, por más irremediables que parezcan. Estos problemas son sometidos a observación, discusión y un breve pasaje terapéutico, lo que los lleva a un punto de resolución siempre feliz, a condición de entregarse y aceptar las medidas y consejos de quien sea la guía en cada show.

Los programas que ofertan soluciones, alertan también sobre lo que anda mal en la actualidad y necesita de una solución rápida, es decir “como acabar con el problema” que ellos mismos acaban de mostrar en su peor faceta. Sin lugar a dudas, apuntan a la normalización y al control, pretenden enseñar cómo debe comportarse un buen niño, un adolescente, un exitoso matrimonio e inclusive como debe ser un buen sexo.

Aparentemente, no hay mucho que pensar: solo alguien entrenado por un saber científico, o algo parecido, “sabe” lo que hay que hacer. El sujeto en cuestión, en cambio, nada sabe.

La mayoría de estos programas muestra un seguimiento en vivo de los casos, donde los consultantes son monitoreados y corregidos por alguien que se presenta como “especialista”, el mismo que suele ser un psicoterapeuta. Al cabo de un tiempo preestablecido por el programa, que suele no pasar de un mes de recuento de observación, los problemas son solucionados exitosamente, al final de una corta pero intensa aventura.

Me atrevo a pensar que la pregunta general en los televidentes pudiera ser si realmente funcionan todos esos coleccionables consejos. Y si de eso se trata una terapia, es decir “ir al psicólogo”. Ya que de sentirse identificado con algún capítulo del show, no cabe otra posibilidad que tomarse la solución presentada a manera de prescripción médica, de ejemplo a seguir. La relación problema - cura, es en el fondo, una oferta terapéutica, un producto a conseguir que promete el éxito y la disolución de cualquier comportamiento problemático.

Un analista no sanciona el síntoma con el que llega alguien a la consulta ni propone estrategias que se construyen en una relación causa – efecto, suponiendo que para todo caso con característica A, es necesaria una cura B, método con el cual los manuales de consulta diagnóstica acaban siendo los manuales de autoayuda del psicoterapeuta, en realidad. Ninguna búsqueda aquí respecto de la verdad acerca de lo que le sucede a un sujeto, lo que a su vez lo exime de tomar posición con respecto a lo que le pasa. La estandarización de la cura y la homologación de los síntomas es una avalancha frente al tratamiento del uno por uno que aplasta toda posibilidad de diferenciarnos.

Sin embargo, en medio de este boom de series reality y ofertas terapéuticas, me topé con el estreno de la primera temporada de una serie que llama la atención, por tratarse de los tratamientos de distintos pacientes, pero del lado de la ficción: In treatment (En tratamiento). Se trata de la adaptación americana de una popular serie Israelí que muestra las sesiones privadas de un psicoanalista con sus pacientes siguiendo su propia agenda, día a día con uno distinto, el cual acudirá el mismo día, en el desarrollo de la serie; cada capítulo consiste en la sesión terapéutica con uno de ellos. La producción no incluye efectos especiales, reveladores flash backs de los personajes, ni bellos o excitantes escenarios, solo hay tomas en el consultorio que van del psicoterapeuta, Paul Weston (interpretado por Gabriel Byrne), al paciente de ese día (todos ellos representados por un muy buen reparto de actores). Los minutos transcurren entre el discurso de los personajes y sus silencios.

Nadie en el ciberespacio se pone de acuerdo acerca de si Gabriel Byrne actúa el papel de un psicoanalista o de un psicoterapeuta, al parecer, ambos ejercicios profesionales no resultan diferentes para la audiencia.

Existen principios fundamentales que separan el psicoanálisis de las psicoterapias. El analista escucha, pero no para ser cómplice de las construcciones imaginarias del analizante, es decir, no se enreda en su discurso, ni colude con sus ideales. No interpreta pretendiendo jugar al adivino con lo que su paciente le dice, como se hace cuando se profieren frases del estilo: “usted en realidad siente lo contrario, es solo que no lo acepta y esto se interpone en su camino para conseguir lo que anhela”. O: “usted me dice esto, pero a mí me parece que en realidad no está hablando de lo que quiere hablar”. Como es evidente –y efectivamente ocurre así en la serie–, este tipo de intervenciones dan lugar al juego de los espejos, a proyecciones de sentimientos y afectos entre terapeuta y paciente que suscitarán la agresividad de este último, quien responderá poniendo en duda que el psicoterapeuta pueda saber más de él que él mismo, con lo cual no dejará de tener razón, habrá que decirlo. Cuando prima lo imaginario sobre lo que el analizante realmente dice –un discurso que habría que saber leer al pie de la letra–, todo favorece el desencadenamiento de la transferencia negativa, el mayor obstáculo hacia la cura. La transferencia negativa puede consistir tanto en el enamoramiento como en el odio, dando lugar a la falta de respeto y a la agresividad abierta inclusive, lo que consecuentemente sucede con los pacientes de Paul Weston. Esto ya fue consignado por Freud, y los escritos de J. Lacan acerca del estadio del espejo y sobre la naturaleza del yo abundan en este tipo de reflexiones. De manera que, desde este ángulo, los diálogos entre Paul Weston y sus pacientes muestran bien lo que no debe hacerse.

Si podemos empezar a diferenciar al psicoanálisis de las psicoterapias por algo sencillo, es por la propensión de estas últimas a especular sobre el sentido, a partir de lo cual caen, indefectiblemente, en el sentido común. Son estas producciones de sentido común las que, al escucharlas por televisión o radio, promueven la identificación mutua, llegándonos a parecer que a nosotros también se nos pudo haber ocurrido y que ponen en evidencian lo bueno, lo correcto, lo que debería hacer vivir a un sujeto mejor. Pero no terminan de explicar por qué algunas situaciones que producen dolor en las personas no pueden tener freno y por qué las soluciones obvias no pueden ser puestas en práctica. Es allí donde las psicoterapias proponen erradicar el síntoma para que un orden social se mantenga: responden diciendo que algo va mal y hay que cambiarlo, o sea, con el sentido que los criterios sociales compartidos le dan al padecimiento del sujeto, cosa que, por otra parte, él mismo ya sabe por propia cuenta y le repitieron probablemente sus amigos y parientes. Aún cuando esta psicoterapia lograse su objetivo inmediato, el síntoma, entendido como la satisfacción sustitutiva de una exigencia inconsciente, insistirá, de la misma forma o con un nuevo revestimiento.

Los síntomas son aquello que no va bien, lo que insiste una y otra vez para que algo no marche. Para el psicoanálisis esto que persiste es lo real, definido como lo que emerge en respuesta e impide el funcionamiento del discurso del Amo. El discurso del Amo, son los dictámenes del Ideal (del yo), social y personal al mismo tiempo: “Esto falta para que seas reconocido”, “Esto falta para que quedes bien ante los ojos de los demás”, o los del Superyó: “¿Quieres ser esto? Pues fíjate como eres lo opuesto, como nunca lograrás lo que quieres, como acabas siendo siempre la misma cosa sin valor”. Desaparecer el síntoma en forma radical es desaparecer la forma que un sujeto ha inventado para, mal que bien, no terminar sofocando sus deseos bajo los mandatos internalizados. El psicoanálisis no ignora los impases y sufrimientos de un sujeto por sus propios síntomas pero, para separarlo de ellos, hace falta un consentimiento del sujeto que le permita saber de qué se trata con aquello que lo hace padecer.

Como dice Jacques Alain Miller,”El analista no debe perder de vista que la brújula es el síntoma, frente al cambio del Otro social, del Otro de la cultura, frente al avance del discurso científico, el analista apuesta a la ética del síntoma, a la conformación del síntoma analítico. O sea a los modos de gozar del sujeto desde la clínica de la particularidad del uno por uno, que es la clínica de lo real ”.
Ficción o reality, la audiencia es seducida aquí por el papel del tercero en cuestión que se le propone, como estando en condiciones de dar cuenta de lo que funciona y lo que no. Pero la fuente más potente de esta seducción es, en realidad, la de participar en la intimidad ajena. Este tipo de programas muestra lo peor del otro para ofertarlo como objeto de goce ofrecido a la mirada.

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Cómo es el final de un análisis

Por Marita Hamann
Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis A.M.P.
y de la NEL – Lima


Mauricio Tarrab , psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOl) de Argentina, presentará en las próximas Jornadas de la NEL el testimonio de su propia experiencia de análisis, sostenida hasta arribar a su término.
En octubre, tendremos la ocasión de escuchar una nueva elaboración de esta experiencia, de la que conversará con Guy Trobas, otro de nuestros invitados.


Desde Freud, es un requisito indispensable para la formación del analista que él mismo se haya sometido a la experiencia del análisis, la que deberá permitirle sostener para otro, a su vez, lo esencial de la escucha analítica. Nos referimos a la atención flotante que, en el analista, es la contraparte de la asociación libre del analizante. Atención flotante que acoge los dichos de quien se analiza sin anteponer prejuicio ni propósito predeterminado. Se desenvuelve así la trama del destino que lo inconsciente ha venido tejiendo para el único sujeto que cuenta en la experiencia: el analizante.

J. Lacan, también sostuvo que los psicoanalistas deben reclutarse a partir de su propia experiencia analítica, con el añadido de que el practicante no puede contentarse con haberla realizado por un tiempo preestablecido sino que, si del rigor ético se trata, debe continuarla hasta alcanzar la satisfacción de darla por concluida, cualquiera fuese el tiempo que tome, ya que para Lacan, a diferencia de Freud, sí es posible alcanzar un final de análisis, uno que, además, puede ser demostrado y transmitido a la comunidad.

A la experiencia en la que un analista se somete a un jurado, llamado Cartel del pase, para ofrecer las pruebas de por qué considera que está en condiciones de dar por terminado su análisis, Lacan la ha llamado, simplemente, Pase. Se trata de hacer pasar, ante otros colegas, un testimonio que, por su formalización, logra convencer al jurado de que, efectivamente, una rectificación del modo de goce pulsional ha tenido lugar en el sujeto, de manera tal que es posible decir que aquí hay un analista. El Pase es el testimonio del franqueamiento de los impases y consiste en la logificación de un saber sobre la función del síntoma que, al mimo tiempo que muestra la singularidad de su invención, apunta a su transmisión, es decir, al universal en el que se inscribiría (si lo hubiese).

Un síntoma está hecho siempre de una serie de contingencias, pero se trata de saber aislarlas en la experiencia para transmitir ese real imprevisto y sin ley del que resulta. De este modo, el testimonio no refiere a una experiencia continua y progresiva sino, por el contrario, a una discontinua y de ruptura.

Por otra parte, el trabajo realizado en los Carteles del pase ha permitido a las Escuelas lacanianas el replanteamiento y la renovación de los más diversos aspectos de la práctica clínica, tales como el valor del síntoma, el destino de la transferencia analítica y las relaciones posibles con el saber, el deseo y el goce.

Un ejemplo de lo dicho es el testimonio de Mauricio Tarrab respecto a lo que fuera para él la experiencia del análisis, el modo en que lo dio por concluido y las razones con las que fundamentó su decisión, a lo que se añade el saldo de saber que extrajo de esta experiencia. Su testimonio esclarece lo real en juego detrás de las escenas fantasmáticas que pueden aislarse en la cura; y muestra que en la vida de un sujeto hay eventos contingentes que dan su fundamento último a los síntomas que se padecen. Al mismo tiempo, demuestra que habrá que esperar, durante la cura misma, a que ese real pueda ser circunscripto; lo que surgirá, a su vez, de un modo imprevisto. Es decir que para que lo nuevo arribe, hace falta disponerse a la contingencia de su advenimiento durante el tiempo necesario.

Mauricio Tarrab presentó su testimonio a la comunidad analítica hace dos años, en 2006. Desde entonces, como es habitual en estos casos, ha ofrecido varias elaboraciones al respecto. Me limitaré a comentar, hasta donde sea posible en este espacio, lo que fuera su primera declaración.

Según su testimonio, Tarrab había emprendido un análisis en su juventud que, si bien había tenido efectos terapéuticos, no le había dejado un saldo de saber sobre la modalidad inconsciente del goce y los semblantes que de allí se desprendían (los modos de hacer con el propio ser). Años después, emprendería un análisis definitivo, llevado por la angustia que padecía entonces frente al temor de morir joven de un ataque al corazón y dejar huérfana a su hija. Además, tenía la sensación de estar detenido en su vida profesional y padecía de feroces contracturas que lo inmovilizaban. Pronto, el análisis le permitió situar el origen del síntoma: había padecido, a los 5 años, de una fobia muy intensa, motivo por el cual la madre lo llevó donde un psicólogo que atendía en una clínica especializada en la rehabilitación de niños que sufrían de parálisis infantil, ni más ni menos. De esta experiencia le había quedado la idea de que él podría padecer de una enfermedad invalidante y, a partir de ella, había producido, además, una suerte de interpretación inconciente del deseo materno: su madre lo quería enfermo.

Por otra parte, y no sin cierta consonancia con lo anterior, cuidar del otro era el Ideal que lo orientaba, hecho que le había permitido hacerse de un lugar en la vida profesional. El mismo rasgo marcaba también el lazo amoroso. Se despliega, así, en la cura lo que él llama “el cuento altruista”: ese niño, al que cuidaba con esmero en el otro, no era sino él mismo. He aquí el Ideal en el que se había sostenido en su práctica clínica y en su vida: él era huérfano de padre, tanto como la hija a la que él, como padre, temía dejar huérfana. Este fantasma guardaba estrecha relación con el vínculo mantenido con el padre muerto, hecho que será despejado más adelante.

Es así que la angustia recrudeció y afloró un recuerdo. Siendo muy niño, jugaba con otros niños debajo de una escalera que se asemejaba a un túnel oscuro. Algún suceso sexual debió haber ocurrido aunque no llegaba a recordarlo. Algo se vio, se escuchó, se tocó. El niño salió disparado escaleras arriba y, al llegar, sufrió un desmayo. La madre dijo que fue “un soplo al corazón”. “La palabra de su madre penetró”, interpretó el analista.

He aquí, pues, una vertiente significante del temor de caer muerto de un ataque al corazón, que demuestra de qué modo el significante dejó su marca en el cuerpo y produjo el goce pulsional . La sanción materna quedó ligada de este modo a la excitación sexual (la escena debajo de la escalera) y a la amenaza de muerte. La palabra materna introdujo un sentimiento de vulnerabilidad que fue sobrecompensado a lo largo de la vida por una serie de síntomas obsesivos relacionados con el sentido fijo que podía cobrar cualquier exceso, esfuerzo o excitación. Se observa aquí también la fuente del empuje inconsciente que pugna por ocupar el lugar del objeto que se supone ser para el Otro materno y la angustia concomitante que lo advierte: el niño enfermo del corazón, según una interpretación del deseo inconsciente de la madre.

Por si fuera poco, su madre afrancesaba su nombre, de modo que Mauricio se convertía en Morís, equívoco que no escapaba a uno de sus amigos quien, como gracia, le repetía: “morís, morís”, palabra que resuena de un modo particular en un argentino.

Luego, a partir de un sueño en el que le muestra al analista el resultado de unos análisis médicos que se ha hecho, el analista murmura, a propósito del supuesto diagnóstico: “No...Es…Suyo”. La interpretación del deseo mortificante del Otro aísla el sentimiento de fatalidad que lo acompañaba: si bien el soplo no era suyo, sí lo había sido la lectura de ese deseo en el Otro a partir de sus dichos y de su nombre.

El alivio fue notorio, comenta Mauricio Tarrab. Pero, si bien se había caído la identificación al huérfano, aún se gozaba en la orfandad. Se le formula entonces la cuestión acerca de cómo debería terminar el análisis: qué explicación sobre el síntoma, en términos de saber, podía obtener del analista; cuándo y de qué manera habría de constatar que el análisis había terminado. Transcurrieron entonces dos años más hasta que se lo preguntó directamente al analista, quien le respondió lo siguiente: “Tendremos que esperar el acontecimiento imprevisto”.

Mauricio Tarrab salió de la sesión “con una sensación de desilusión y, al mismo tiempo, de comprensión benevolente hacia el analista”. Con el tiempo, se hace cargo de que no podrá venir del analista la clave que valga para resolver con seguridad el enigma del ser que él es. Todo lo contrario, habrá que esperar algo de la contingencia, y no del saber. El analista lo empujaba, de este modo, a la destitución del Sujeto supuesto saber que sostenía la transferencia-, pues la certeza no podría venir del Otro. Es así que tendrá que ser el sujeto mismo quien la encuentre y quien, gracias a ello, se autorice a sí mismo, y también con el consentimiento de su analista a finalizar su análisis y someterse, si así lo quiere, a dar las pruebas de ello ante el jurado que constituye el Cartel del pase.

Tiempo después, al salir de una sesión, compró un libro de caligrafía china, cuyo nombre en francés, algo que en ese momento ignoraba, era: ¡Y el soplo devino signo! Al descubrir la traducción surgió repentinamente un recuerdo. El padre, que había padecido de una enfermedad pulmonar grave cuando niño, debía inflar con su soplido la cámara de una pelota de fútbol para ensanchar la capacidad pulmonar. El propio analizante , cuando niño, solía recostarse al lado de su padre e intentaba seguir su respiración, acompasar la suya a la de él, verificando, en cada pausa, que el padre todavía respiraba. Se trataba de un padre que, ya en la adultez, se derrumbó en algún momento y se abocó a la autotortura. Sostener a este padre que cae, siempre a punto del derrumbe total, salvarlo de la castración y soportar su goce necio, daba cuenta de la posición subjetiva mantenida hasta entonces por el analizante: ser el soplo del otro, incluso hasta el cansancio y hallarse, sin embargo, siempre al borde del derrumbe. Este había sido su modo de hacer con las palabras de la madre. El primer soplo inscrito en el cuerpo por la lengua materna (soplo al corazón) fue tratado por lo inconsciente valiéndose del equívoco de la lengua, merced a la operación del Nombre del Padre, como siendo aquello que respondería acerca del valor fálico que se tiene para el Otro. Así, pues, ser soplo y aliento del Otro delineaba la identificación con la que se esperaba colmar el ser.

Por otro lado, el “cuento altruista” muestra ahora su reverso pulsional; ser el soplo que le falta al Otro indica la posición de goce del sujeto: no se trataba tanto de evitar que el otro, -otro cualquiera esta vez, el semejante, el paciente, la mujer; etc.-, se derrumbara, sino que se requería de su sufrimiento, de su falta, para que el aliento que él pudiera ofrecerle se le hiciera necesario. Así también se aseguraba de retenerlo según el sentido gozado con que el ser hacía cuerpo. Sobrevino entonces el horror de reconocerse en esa posición gozadora en todos los ámbitos de la vida, incluso en el lazo amoroso: “Retener a la mujer bajo los mismos términos era su manera de rechazar la heterogeneidad radical del Otro sexo, según una lógica fantasmática que lo reduce a no ser sino el objeto que le conviene”. “Era la manera en que se formulaba para mí el rechazo de lo femenino”, agrega. El horror de reconocerse allí, vuelve repugnante lo que hasta entonces había sido la miel de la fantasía inconsciente, un hallazgo que permite vaciar ese goce, rectificarlo.

Ahora, se permite no hablar todo el tiempo para llenar los silencios, así como no comprender necesariamente lo que el otro dice. Esto se toma como un modo de evitar comprender demasiado rápido y, en consecuencia, engañarse creyendo que se ha entendido. Es la ganancia obtenida de abandonar la posición en que se alienta al Otro. Es, asimismo, una manera de permitir que las palabras resuenen como si se las escuchara por primera vez, como si fueran extrañas, de manera que algo nuevo pueda ocurrir.

Es en estas circunstancias que culmina su análisis. No obstante, algún tiempo después volvió a acontecer un sueño de angustia. Esta vez se trataba de un ahogo que le sobrevino mientras dormía. “¡¿Es que esto no va a terminar nunca?!”, se dice. Se dirigió entonces, otra vez, furioso, al analista. Sin embargo, la evidencia se fue abriendo paso frente a la indignación, pues también a él le podía faltar el aire; el aire puede faltarle a cualquiera.

“Aire” es aquí lo que está en el lugar del objeto perdido, del goce que puede no haber, un nombre para indicar que la fórmula sexual, cierta y definitiva, no existe. Lo que queda, dice, es el reverso de la trama: “un intervalo en la respiración, una pausa, un silencio, una inspiración. Un no precipitarse a llenar el agujero del Otro. Eso deja abierta una nueva relación con la contingencia (…) [Ahora puedo dejar] un poco en paz a quienes amo, ya que no tienen mi aliento encima y es evidente que pueden vivir muy bien sin eso, lo que me alivia la vida. Y me deja un poco más desprendido del Otro, de los otros…” En otro momento, M. Tarrab cita una frase del seminario 16 de J. Lacan: “haz un anillo de ese hueco (…) no hay prójimo sino ese vacío que hay en ti”.

Finalmente, como se ha podido observar, en el Pase no se trata tanto de la biografía ni de las anécdotas de la vida familiar sino del síntoma a través del cual un sujeto ha respondido a la imposibilidad de alcanzar todo sobre el goce, así como de los objetos con que ha pretendido suplirla. Es en torno a él que se trabaja desde que la entrada en análisis se produce. Es así que lo que insiste se construye en cada vuelta de la repetición; su motor es un real cuya insensatez deviene patente. El final no puede predecirse, y es por eso que tiene lugar la oportunidad de la sorpresa y la ocasión de inventar una solución nueva para tratar al goce irreductible, además de la satisfacción que proporciona el saber obtenido. Asimismo, el Pase se constituye como la posibilidad de pasar del anonimato del goce neurótico al hallazgo del nombre propio, nombre del acontecimiento mediante el que advino una modalidad de goce pulsional, nombre del modo de hacer con aquello que no se sabe. En este caso, fue el soplo lo que hizo signo.

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Comentario de los capítulos XVI y XVII de El Seminario de Jaqcues Lacan, Libro 10, La angustia (fragmento)

¿Qué pensarías si resultara que lo que anima tu deseo no tuviese que ver con lo que anhelas hacia «adelante», sino con algo «detrás», una pérdida que causa eso que anhelas? Lacan nos habla así de su concepto más célebre: el objeto a. ¿Te animas a aprender una pincelada sobre él? ¿Ver cómo aborda el dualismo sujeto-deseante/objeto-deseado o la oposición interior/exterior?

Guy Trobas, psicoanalista francés, miembro de la Escuela de la Causa Freudiana de París e invitado a las V Jornadas de la NEL, nos regala un pequeño fragmento de su clase en Barcelona al respecto y nos lleva de la mano en la compleja pero maravillosa obra de Jacques Lacan. Un adelanto de su riguroso estilo que este 17, 18 y 19 de octubre, en Lima, compartirá con nosotros.

Con los capítulos XVI y XVII del Seminario La angustia, nosotros lectores de Lacan, estamos arrebatados en el movimiento de las primeras consecuencias, de los primeros pasos de una reestructuración doctrinal un poco conmovedora. Quiero hablar del efecto de un franqueamiento, hasta diré de un corte – para mencionar un significante esencial en dicho Seminario, un significante que empieza a tener un estatuto de concepto en la enseñanza de Lacan.

Este corte, que retroactivamente pudiéramos apuntar como ya preparado en el Seminario precedente, La identificación, e implícitamente anunciado en las primeras sesiones de La angustia, Lacan lo produjo formalmente el 16 de enero de 1963. Les leo esta frase subversiva que encontramos en el capítulo VIII del libro (p. 114):

«(…) diré que el objeto a no debe situarse en nada que sea análogo a la intencionalidad de una noesis. (Lacan se refiere aquí a la fenomenología de Husserl, pero sabemos ahora que lo de la intencionalidad, este filósofo la sacó de Brentano, quien quiso rectificar así la teoría asociacionista, e inspiró a Freud su concepción del Wunsch. Es esta concepción fenomenológica que está implícita en todos los usos de la noción de deseo, incluso hasta este momento, en Lacan). En la intencionalidad del deseo, que debe distinguirse de aquélla, este objeto debe concebirse como causa del deseo. Para retomar mi metáfora de hace un momento (¿Acaso el objeto del deseo está delante?, pregunta Lacan tres párrafos antes), el objeto está detrás del deseo».

Desde el capítulo VIII, nuestra lectura debe tener en cuenta tal rectificación teórica fundamental y prestar mucha atención al tambaleo de las nociones ya adquiridas, a sus revisiones, y hasta sus subversiones.

Precisamente, en el capítulo XVI, Lacan, de entrada (p. 232) enfatiza esa orientación. Lo cito:

«(…) ese lugar que tratamos de circunscribir y de definir, aquel lugar nunca advertido hasta ahora (tal «nunca» indica claramente que se trata de un franqueamiento fundamental al que podríamos dar el estatuto de acto analítico) en todo lo que podríamos llamar su irradiación ultrasubjetiva, el lugar central de la función pura del deseo, por así decir – lugar en el que les demuestro cómo se forma a, el objeto de los objetos».

Les puedo presentar inmediatamente, a partir de esta cita, un ejemplo de lo que quiero decir cuando digo «prestar mucha atención». Quizás lo habrán notado: Lacan usa aquí la expresión «la función pura del deseo». Pues bien, se trata de un calificativo nuevo en Lacan para hablar del deseo. Sin embargo, es probable que este no habría llamado mi atención si no hubiese tenido en cuenta lo que Lacan nos revela, justo antes de dicha cita, a saber, la finalidad «en última instancia» del despliegue de sus elaboraciones, el segundo plano constante y fundamental de su Seminario. Lo cito: «El deseo es, en efecto, el fondo esencial, la meta, el punto de mira, también la práctica de todo lo que aquí se anuncia, en esta enseñanza, acerca del mensaje freudiano».

Dicho de otro modo, «puro» refiere, ni más ni menos, al objeto a como causa real, como, según la expresión de Lacan, «objeto de los objetos». Y en esta expresión, me parece que Lacan alude también a los objetos que había, anteriormente, circunscrito como objetos del deseo: primero, el objeto metonímico, segundo, el fantasma – dos objetos que funcionaban en la dimensión de la intencionalidad, de algo que capta por delante el sujeto. Hasta se puede decir, por supuesto retroactivamente, que esta captación velaba, ocultaba el registro de la causa real (detrás).

En cierta manera, podríamos ahora leer la tercera parte del capítulo XVI, esta parte que Lacan dedica al budismo, como la ilustración de que en este recurso religioso existe un modo de pensar y prácticas en los que los sujetos no se dejan captar, como nosotros, por los objetos de la intencionalidad. Por lo menos, hay unos pasajes que interpreto según esta intención de Lacan.

Leamos, primero, este (p. 241): «Entramos en el budismo. Como ustedes saben, su objetivo, los principios tanto del recurso dogmático como la práctica ascética que con ellos se puede relacionar, pueden resumirse en esta fórmula que nos interesa en el punto más crucial – el deseo es ilusión». Tres líneas abajo Lacan añade: «Decir que el deseo es ilusión es decir que no tiene soporte, que no desemboca en nada, ni apunta en nada».

Es en esta perspectiva que se puede entender el «no-dualismo» budista del que Lacan habla (p. 241): dicha «nada», es decir la ausencia de los objetos apuntados por el deseo, o más bien del rasgo ilusorio que les caracteriza, subvierte lo que supone toda intencionalidad, quiero decir, el dualismo entre el sujeto deseante y el objeto deseado. La fórmula de tal subversión, ya la habíamos encontrado en el capítulo II (p. 35), cuando Lacan dice, paradójicamente, que «es un objeto a el que desea». Ahora, respecto a lo de la verdad búdica del no-dualismo, Lacan se expresa así (p. 241): «Si hay un objeto de tu deseo, no es nada más que tú mismo».

Por supuesto, tal fórmula podría sugerir una interpretación narcisista del «tú mismo», aunque el contexto no la favorece. No obstante, este es, probablemente, un punto que Lacan toma en cuenta puesto que inmediatamente luego menciona que si «la experiencia búdica (…) supone una referencia eminente a la función del espejo» es más bien en la perspectiva que lo que se refleja es el error de la proyección, es decir, en la perspectiva circunscrita desde hace mucho por él mismo.

En resumidas cuentas, lo «puro» del que Lacan habla se opone a la ilusión, al registro del señuelo, del espejismo que la noción del deseo orientado por el fantasma sigue incluyendo.

Quiero también señalarles que Lacan aprovecha todo este desarrollo, en particular lo de la subversión del dualismo, para subvertir además una oposición que le es homogénea, una oposición vinculada con la concepción común de la realidad, es decir, imaginaria: la oposición interioridad/exterioridad. Esta otra subversión, como lo van a observar en la cita que voy a extraer (p. 242), constituye ni más ni menos, una auténtica anticipación de la noción que Lacan introdujo seis años después, en las sesiones del 12 y 26 de marzo de 1969 en el Seminario De un Otro al otro – me refiero a la noción de éxtimo. Leamos: «Pero si introducimos el objeto a como esencial en la relación con el deseo, el asunto del dualismo y del no-dualismo adquiere un relieve muy distinto. Si lo más yo mismo (se trata por supuesto del objeto a como lo más íntimo) que hay está en el exterior, no tanto porque yo lo haya proyectado como porque ha sido separado de mí, las vías que tomaré para su recuperación ofrecen una variedad del todo diferente».

Me autorizo ahora de la fórmula al comienzo del capítulo XVII (p. 252) – «lo que es este año nuestra cuestión fundamental, en la medida en que la dialéctica sobre la angustia se desplaza hacia la cuestión del deseo» –, para insistir un poco más sobre dicha cuestión.

Algo se destaca ahora nítidamente: el deseo tiene un pie en el Otro y otro fuera – para decirlo así. Claro que se puede objetar que Lacan, en su escrito «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo», ya enunció, en el año 1960, que si el deseo es articulado (en A*), sin embargo, no es articulable (por el A) (Escritos, T. II, p. 784). Es verdad, pero en el contexto de este enunciado, el « no articulable » refiere a la demanda. En otros términos, el deseo no es articulable mediante la cadena significante puesto que hay una discontinuidad en ella que ningún significante puede colmar, y es, precisamente, en dicha discontinuidad, en el campo imaginario así deslindado, que se fomenta el deseo como irreductible a la demanda. En este momento, entonces, el deseo tiene un pie en el Otro, más precisamente en los significantes de la demanda del Otro, y otro pie en lo imaginario, un imaginario dominado por la vertiente de guión, de ficción del fantasma.

Pues bien, ahora queda claro que el otro pie del deseo (o su tercer pie) se arraiga en lo real, lo real del objeto causa. Decir aquí causa aclara su auténtica condición de existencia: no radica solamente en la hiancia de la discontinuidad del significante sino en lo que es su motivo como tal: el objeto a.

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El discurso del analista: el discurso subversivo en la era del discurso científico

Por Juan Carlos Ubilluz
Asociado de NEL - Lima


Que el psicoanálisis rescata la dimensión subjetiva aplastada por el discurso científico es una verdad que erradamente se asocia a la postura anti-científica de ideologías vetustas. Dada la simpleza del enunciado, no es difícil que el naturalismo identifique al psicoanálisis con una disciplina opuesta a la perversión industrial de la naturaleza humana, o que el humanismo la perciba como una defensa en acto de la esencia sempiterna del hombre o que incluso la religión católica encuentre en ella un aliado en la lucha del alma contra el pecado capital de la manipulación genética. Esto último no puede sino resultar irónico si se recuerda que, a inicios del siglo pasado, el pensamiento de Freud podía confundirse con un esfuerzo secularista por acelerar el “inevitable” fin de “una ilusión”.

Sin duda, la época empuja al psicoanálisis a asumir la posición de preservación, de resistencia . Pero antes de dejarse encasillar en la defensa del pasado, el psicoanálisis debe preguntarse ¿qué es lo que desea preservar ante el avance del discurso científico?. Digamos, por lo pronto, que no pretende preservar la “naturaleza humana”: el cuerpo del psicoanálisis no es el cuerpo biológico, orgánico, natural; es, más bien, el cuerpo recorrido por las pulsiones (que, no hay que olvidar, no son los instintos). Si algo nos enseña Lacan, es que el hombre pierde el acceso directo a su cuerpo desde que ingresa a la esfera del lenguaje. El psicoanálisis tampoco aspira a conservar una idea preconcebida del ser humano: en tanto que afirma lo real del deseo inconsciente contra el velo de la coherencia del yo, el psicoanálisis es fundamentalmente anti-humanista y, en cierto sentido, comparte el desprecio de Nietzsche ante los límites de “lo humano, demasiado humano”, sin por ello hacerse partícipe de su llamado superyoico a la creación del superhombre. El psicoanálisis, por último, no intenta salvaguardar la existencia del alma, del espíritu o de cualquier otra entidad inmaterial que obtenga su garantía de existencia de un gran Otro, ya sea este el Dios-sujeto del cristianismo o el Dios aristotélico que replica la estructura del Cosmos. De hecho, una de las metas del análisis es conducir al analizante a asumir la inexistencia del gran Otro.

Pero si el psicoanálisis no cree que haya una esencia humana, ya sea esta natural, ideal o espiritual, nos preguntamos, una vez más, ¿qué es lo que desea preservar ante la arremetida objetivista del discurso científico? Con el fin de que la respuesta no se deslice hacia el sentido común, debemos primero especificar en qué consiste este discurso.

El oscilante discurso científico

Comencemos por decir que un discurso es, para Lacan, un vínculo social, un nexo que se establece entre dos o más personas. Adviértase que no hemos dicho que el discurso expresa un vínculo social sino que el discurso es en sí mismo ese vínculo. A diferencia de la filosofía nominalista, la cual arguye que el discurso describe una realidad pre-existente, Lacan sostiene que este es constitutivo de la realidad social. Así, al asumir que el discurso de la ciencia es uno de los dos discursos que rige la época (el otro sería el discurso capitalista), asumimos también que la realidad de la época se construye, derruye y reconstruye a través de él. La genética no es sólo una teoría escrita en un papel. La genética determina gran parte de la producción y del consumo de nuestros alimentos.

Curiosamente, el discurso científico no está entre los cuatro discursos desarrollados y matematizados por Lacan. Sin embargo, una lectura detallada del Seminario XVII revela que la ciencia tiene un discurso que oscila entre el discurso de la histeria y el discurso universitario. Como se sabe desde el psicoanálisis, el histérico no se identifica con la palabra del amo. Cuando el amo le dice al histérico quién es, este responde: “No, yo no soy eso que dices que soy”. Es por ello que lo que comanda su discurso es el sujeto, el sujeto escindido entre el goce y el significante. Desde su lugar de comando, el sujeto pone a trabajar al amo con el fin de que nombre el goce que lo perturba. Mal haría el amo en querer complacer al histérico, pues este no se contentará con nombre alguno; enamorado de ese goce que excede al lenguaje, el histérico lo hará laborar como esclavo por toda la eternidad.

No es difícil percibir por qué el discurso histérico es un componente del discurso de la ciencia, la cual nace en la historia como un cuestionamiento a la autoridad religiosa o monárquica. Si algo caracteriza a la ciencia, es la insatisfacción con el saber establecido. Paradójicamente, el otro discurso que anima a la ciencia procura arribar a una explicación final al movimiento elusivo de la vida; este es el discurso de la universidad, que no es el discurso del saber todo sino del Todo-saber. Nacido de la filosofía griega, este presume que la naturaleza es racional, que todos los movimientos de los seres vivientes se ajustan a relaciones de razón. De allí que lo que comanda este discurso sea el Todo-saber, el cual pone a trabajar al estudiante con el fin de hacer encajar el goce que lo perturba en una totalidad.

Así, por el lado de la histeria, la ciencia cuestiona el saber aceptado, incluso el saber que se forja desde la ciencia misma; y por el lado de la universidad, ella encuentra un impulso fundamental en la certeza de que debajo de los variopintos fenómenos de la naturaleza se encuentra una fórmula (matemática), un código (genético) o algún tipo de metaescritura. Para decirlo de manera sucinta, no hay avance científico sin el desafío histérico al sentido común ni la convicción de que hay, finalmente, un orden de las cosas, una ontología, una ley.

El discurso analítico: el discurso del agujero en el Cosmos

Digamos desde ya que el discurso del analista descompleta las pretensiones ontológicas del discurso científico. Mientras para este último la subjetividad es un proceso del pensamiento que responde a un cuerpo sometido a una ley (meta)física, para aquel la subjetividad es precisamente aquello que descompleta la ley. En otras palabras, mientras para el discurso científico el sujeto encuentra su causa en una ley inscrita en la materia, para el discurso del analista el sujeto es causado por el objeto a, ese pedazo de real que emerge como un resto de intimidad, o mejor, de extimidad, a raíz del ordenamiento legal del cuerpo. Entiéndase bien. El psicoanálisis no presume que el sujeto sea una entidad paralela a la realidad ontológica postulada y construida por la ciencia. El psicoanálisis argumenta que el sujeto es eso que habla desde la falla de esa realidad ontológica. O más precisamente, que el sujeto es la falla que habla.

A diferencia del naturalismo, del humanismo y de la religión, el psicoanálisis no postula una esencia humana que sería pervertida por el discurso científico. Lejos de cualquier tipo de esencialismo, el psicoanálisis sabe que, para bien o para mal, la humanidad es, hasta cierto punto, un producto de la ciencia y de la tecnología. Volvemos así a la pregunta del inicio: si para el psicoanálisis no hay un exterior humano al discurso científico, ¿qué es lo que busca rescatar de las pretensiones objetivistas de este? Lo que el discurso del analista rescata es al sujeto que habla desde ese objeto (el objeto a) que no es más (ni menos) que el producto remanente del discurso científico. Es decir, lo que este discurso preserva es al sujeto que hace suyos los deshechos de la producción científica del ser humano. Es siempre desde lo que no sirve ni encaja en el ideal producido, o en el que se producirá, que el psicoanálisis resiste a la ciencia.

De esto, sin embargo, no se debe colegir que el psicoanálisis sea anticientífico. El psicoanálisis sabe que no puede sino jugar su partida en el mundo de la ciencia. Pero esto no hace de aquél un apéndice de las pretensiones objetivistas de esta, ni tampoco su complemento subjetivista. El psicoanálisis no dice: “A pesar de que la conducta del ser humano es el reflejo de la realidad de los neurotransmisores del cerebro, de todas maneras el hombre necesita hablar, darle sentido a lo que sucede en su cuerpo orgánico”. El psicoanálisis dice más bien: “Cuando el sujeto habla desde lo más éxtimo de ‘sí mismo’, descubre que la realidad ontológica de los neurotransmisores no es una totalidad consistente, que ella es finalmente no-toda”. En suma, que el sujeto aparece en el agujero negro del Cosmos, esta es la verdad subversiva con la cual el psicoanálisis se enfrenta al saber científico.

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El reverso afectivo de la estadística

Por Marcos Mondoñedo
Asociado de la NEL - Lima


Siempre se ha pensado que Lacan respondió de una manera inmediata a las revueltas de mayo del 68 en París y que se enfrentó a los estudiantes con la sentencia: “A lo que aspiran como revolucionarios es a un amo. Lo tendrán”. En realidad, puede decirse que Lacan se tomó su tiempo para responder, porque solo 19 meses después, a principios de diciembre de 1969, dará comienzo a su seminario 17, El reverso del psicoanálisis, el seminario de su respuesta. La sentencia citada realmente existió, pero fue dirigida a un grupo de estudiantes que quizás nos recuerden, con su actitud contestataria y apasionada, al aura revolucionaria de un año atrás. Con todo lo agresiva que pueda parecer, esta no fue, pues, una respuesta rápida de Lacan.

Podemos preguntarnos, qué habría significado enfrentarse al apasionamiento revolucionario de manera inmediata. ¿Acaso no habría sido sino una respuesta imaginaria, completamente especular, a la manera de “o estás conmigo o estás contra mí”? Por el contrario, una respuesta mediata es aquella que no se deja llevar por la especularidad o el apasionamiento. Sin embargo, esto no quiere decir que el afecto no esté tomado en cuenta. Pero una cosa es considerarlo y otra muy diferente dejarse llevar por él.

En este punto podrían demandarnos una falta de vigencia: qué relevancia tiene reflexionar sobre el afecto en el estado actual de la civilización. Antes que “apasionamiento” o “afecto”, ¿no sería más adecuado conjugar los verbos “homogenizar”, “estandarizar”, “uniformizar” para delinear dicho estado? Efectivamente, estas son algunas de las palabras que se usan para describir el afán con el que el capitalismo hegemónico pretende, a través de sus sistemas de regulación, reducir la singularidad de los sujetos. Podemos añadir “espíritu estadístico”, “puro cálculo de amos invisibles”, y otras expresiones más.

Y es que Jacques-Alain Miller, con su actual defensa del espacio del psicoanálisis en el mundo, no se enfrenta a molinos de viento. Todo lo contrario, el carácter patente de la avanzada que pretende anular la singularidad defendida por el psicoanálisis tiene manifestaciones muy concretas. La última, sobre la que nos alerta Miller, es aquella según la cual, en el Reino Unido y a partir de 2011, el gobierno se prepararía para regular las “terapias por la palabra” de tal suerte que el psicoanálisis sería puesto fuera de la Ley .

Sin embargo, en el vigente estado de los hechos no se destaca con frecuencia que la exaltación de los afectos, como una respuesta a los excesos de la racionalidad moderna, forma parte de la misma avanzada. De este modo, el énfasis en lo sensible y en lo afectivo se presenta, no solo en el espacio intelectual, como una respuesta posmoderna a la racionalidad instrumental científica y tecnológica, aquella de las nefastas consecuencias, principalmente ecológicas y de carácter mundial. Esta respuesta es, desde una primera mirada, completamente lógica y hasta plausible. No obstante, dicha reacción es solidaria con aquello contra lo que arremete. En otras palabras, nosotros sostenemos que la respuesta posmoderna del énfasis en lo emocional es el revés de este afán de estandarización general; no es sino la otra cara de la misma pulsión.

Uno podría pensar que la estandarización de los procedimientos para el tratamiento de las enfermedades psíquicas, por ejemplo, es todo lo contrario de la exaltación de los sentimientos de solidaridad con el desvalido. Utilizando la habitual metáfora térmica, podría decirse que se oponen como la fría racionalidad y el calor de lo “verdaderamente” humano. Y es verdad que existe una diferencia, pero a ella debemos agregar una continuidad, es decir, una imperceptible pero real consonancia entre dos fenómenos aparentemente contrastantes.

Efectivamente, es posible observar una cierta correspondencia entre la estandarización de los tratamientos psíquicos (para seguir con nuestro ejemplo) y el énfasis en la dimensión afectiva; aunque parezcan dos fenómenos no implicados, es el mismo impulso el que se desarrolla en ambos. Y no es gratuito, en este sentido, que la disciplina que sostiene ideológicamente los procedimientos de dicha estandarización sea la misma que promueve la dimensión sensible como primaria respecto a la racionalidad que devendría en secundaria. Es, como todos saben, la psicología cognitiva. En efecto, es el cognitivismo el que, por un lado, promete una sistematización científica y generalizadora de los problemas psíquicos a partir de los avances de las neurociencias y, por el otro, hace de lo sensible y del cuerpo propio la base de toda posibilidad de sentido.

En este momento, de cara a la realización de las V Jornadas de la NEL, exponemos estas coordenadas porque nos remiten a lo que el propio Lacan vivió hace aproximadamente cuarenta años, es decir, ese momento gravitado principalmente por aquel famoso “mayo del 68”.

La mayoría recuerda aquella revuelta estudiantil que tomó por escenario a París, que luego difundió su espíritu por todo el mundo y que tuvo la fisonomía de una lucha en la cual, como lo expresa Juan Fernando Pérez, se demandaba “un cambio en cuanto a las reglas relativas a la sexualidad, a las formas de ejercicio de la autoridad, a la naturaleza de diverso tipo de instituciones, a las características de la educación, a la discriminación racial y a otros hechos vitales de la vida ciudadana”.

No obstante, es necesario destacar, además, que aquel mayo francés fue también el escenario de un reproche contra Lacan y que sin duda determinó, en parte, el derrotero de la reflexión del seminario 17, un año posterior. Se trataba nada menos que del afecto: “Alguien de quien no tengo que calificar las intenciones –dijo Lacan en las escaleras del Panteón— ha hecho todo un informe, que saldrá dentro de dos días, para denunciar en una nota que dejo en segundo plano, o que me saco de encima, al afecto. Es un error creer que descuido el afecto –como si todo el comportamiento de ellos no bastara para afectarme”.

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El caso Fritzl

Jacques-Alain Miller examina para Le Point el hecho trágico que sacudió a Austria, donde se descubrió cómo Josef Fritzl, de 73 años, secuestró a su hija durante veinticuatro años y tuvo siete hijos con ella. Para Miller, lo que sale de lo común, no es el incesto, sino “la regularidad invariable de un acto inmundo”.

¿Qué es lo que puede llevar a un individuo a tal grado de perversión?

Una buena educación, a la antigua, altos valores morales… Voy a explicarme. ¿Qué rasgo de Das Inzest-Monster, como lo llaman los austriacos, quedará en los anales clínicos y policiales? Usted sabe bien que no se deberá sólo al incesto, práctica muy difundida, ni tampoco al número de sus víctimas. Si es excepcional, es por la tenacidad, la constancia, la resistencia. Lo que sale de lo común, es la regularidad invariable de un acto inmundo, el método, la minuciosidad y el espíritu de seriedad investido en el cumplimiento solitario de un crimen único que se extiende durante un cuarto de siglo. Ni un error, ni un paso en falso, ni un acto fallido. Total quality. Hay tantas cualidades eminentes, tradicionalmente atribuidas al carácter germánico. Puestas al servicio de la ciencia y de la industria, han constituido la reputación de los países de habla alemana. Por otra parte, era un ingeniero electrónico, decía a su mujer que bajaba al sótano para dibujar planos de máquinas.

Si Gilles de Rais en Francia, Erzsébet Báthory en Hungría, grandes feudales de los siglos XV y XVI, quedan en las memorias, es por el contrario: por el desorden de su conducta, sus violaciones, sus asesinatos innumerables. El austriaco, pequeño notable de provincia, también es un tirano, pero puramente doméstico. Lleva una existencia perfectamente “casera” pero desdoblada. Es fiel a su hija Elizabeth, único objeto de su goce, de la que hace de algún modo una segunda esposa. Le da siete hijos, el mismo número que a su esposa legítima. Parece que no se le pueden reprochar ni abortos ni anticonceptivos: es un buen católico. Opera con la mayor discreción, su conducta no ocasiona escándalos, dado que a esta segunda familia la hace vivir bajo tierra, en reductos ciegos donde no se pueden mantener de pie, a la usanza de Luis XI. De todos modos, ¡no es su educación lo que puede explicar su conducta!

Hemos sabido que fue educado sin padre por una madre que todos los días lo golpeaba con violencia. El hecho no debió quedar sin consecuencias. Podemos decir siempre que quería vengarse del objeto femenino y precaverse de sus caprichos… Pero tendríamos muchas dificultades para deducir de esto su vicio: eran posibles otras salidas. En 1967, en el momento del nacimiento de Elizabeth, su cuarta hija, fue arrestado por una violación, y se presume que habría cometido otras. Todo ocurre como si hubiera decidido comportarse, y atenerse a una bigamia incestuosa. No se le conocen más que algunas escapadas sexuales en Tailandia, con compañeros, también personas notables de la ciudad. Volvía bronceado, en buena forma, junto a su pequeña familia que nunca veía el sol.

¿Era una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde?

Era a la vez un padre severo, el Padre de la Ley, cuyo rigor implacable sorprendía a aquellos que lo veían regir a su familia de arriba: mientras que con su familia de abajo, era un Padre gozador, fuera de la Ley. En estos dos roles, en un cierto nivel, fue irreprochable: piense que asegura sin fallar un instante la subsistencia de todos los suyos. Al mismo tiempo, era sin duda un estafador: de sus operaciones inmobiliarias sólo quedan deudas considerables. El Estado deberá pagar los años de psicoterapia y reeducación que serán necesarios para la familia de abajo. El costo fue evaluado ya en 1 millón de euros.

¿La cultura patriarcal, la impronta católica, la religión del «cada uno para sí» que marcan a Austria, pudieron jugar algún papel?

Algunos de esos rasgos valen también para Sicilia. Sin embargo, nos cuesta imaginar semejante historia en Siracusa o Trapani: allí, la gente que vive entre cuatro paredes, sin salir, son más bien mafiosos perseguidos por los carabineros. Pero, ¿es un azar si, luego del «caso Kampusch», este hecho singular estalla en Austria? El caso Fritzl luego del caso Kampusch, necesariamente produce sentido. Mientras que los Estados Unidos son la tierra bendita de los serial killers, Austria toma su lugar con Bélgica para los perversos sedentarios con subterráneos, si cabe decirlo. El caso presente se distingue por su atmósfera de obediencia ciega. No sólo la de su mujer: Fritzl alquilaba sus habitaciones en casa, una centena de locatarios desfilaron por allí en el curso del tiempo, les decía que no bajen a su bunker, y ninguno pensó en enfrentar esta interdicción. Ellos deploran las infracciones hechas en nuestros días al respeto de la vida privada; es un reproche que no se les hará a los austriacos. En la Ibbstrasse todo estaba en orden, la fachada reluciente, el refrigerador subterráneo bien provisto, la ropa bien lavada y planchada. Miraban la televisión en familia. ¿El bunker? Era un refugio antiatómico familiar, edificado con la ayuda de subvenciones oficiales. Un gran crimen popular es siempre un hecho social total. Para responder a la expresión de Marcel Gauss: es un microcosmos de la sociedad, ella se refleja allí enteramente. Fritzl: criminal quizá, pero Korrect ante todo. En regla. Ni una vacilación. Sin inconsciente. Sin sentimiento de culpabilidad.

¿Frente a la historia pasada, podemos hablar de un pueblo que «reprime» sin cesar, rehusándose a mirar la realidad de frente?

Es lo que dicen los ingleses. Ven en Fritzl un símbolo de Austria. Es también la idea del novelista Josef Haslinger. La casa natal de Hitler está a una hora y media de Amstetten por la ruta; Mauthausen más cerca aún. El canciller anuncia una gran campaña internacional de relaciones públicas para mejorar la imagen de Austria. Espíritus prácticos le piden, más bien, dinero para los servicios sociales. Un dibujo del Times de Londres muestra a Austria acostada en un diván; detrás, Sigmund Freud. Podemos recordar que el país se ocupó bien de erradicar al psicoanálisis, o poco falta. El abogado alegará alienación mental. Podemos concluir que, en vista del extremo dominio de sí mismo en el crimen y de la duración del delito, la irresponsabilidad no va con él.

Traducción: Silvia Baudini
Difundido por http://www.blogelp.com (17.05.08)

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El reverso de la vida contemporánea: clínica y política del psicoanálisis

Por Patricia Tagle Barton
Directora de la NEL – Lima
Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis A.M.P.
y de la NEL – Lima



La época actual presenta grandes desafíos para el campo de la salud mental. Por un lado, la aparición de nuevos síntomas, y nuevas formas del malestar, muchos de ellos virulentos; y por otro, la exigencia de resultados en un mundo cada vez más dominado por la eficacia y el afán de evaluación.

La vida contemporánea, eso lo sabemos todos en la medida en que estamos inmersos en ella, está marcada por el signo de la prisa; y ello trae aparejado un profundo malestar. Los ideales sociales se han tornado más y más exigentes: exigencia de rendimiento, de excelencia, de éxito, de adecuación a los estándares impuestos socialmente; exigencias, que, al fin y al cabo, arrastran a las personas en una vorágine que, las más de las veces, las deja inermes o las reduce a la impotencia.

Aun los niños, desde temprana edad, incluso antes de alcanzar la edad de la escolaridad, se encuentran sometidos a estas exigencias; deben adecuarse a la norma que como índice de la “normalidad” le impone el Otro social. Una vez en la escuela, si un niño no está convenientemente “adaptado”, es señalado, segregado y catalogado con alguna etiqueta que le valdrá de estigma. Pero no hablemos sólo de los niños, hablemos también de los adolescentes que, muchas veces llevados por la impulsividad, alcanzan extremos riesgosos que comprometen su cuerpo y su vida, su dignidad y su salud, su integridad y su sexualidad. De igual manera, hablemos de los adultos, hombres y mujeres, pobres o ricos, jóvenes o viejos, “locos” o “normales”, “marginales” o “exitosos”, que padecen de innumerables formas con el alma y con el cuerpo; igualmente presos, a causa de su padecimiento, en algún tipo de impotencia: para vivir, para amar, estudiar, trabajar y disfrutar.

Conocemos, porque son de uso común y las escuchamos todo el tiempo, las muchas etiquetas que nombran, en la actualidad, las diferentes formas con las que se expresa el sufrimiento: depresión, ataque de pánico, alcoholismo, adicciones, anorexias, bulimias, bipolaridad, hiperactividad, déficit de atención, fobias, trastornos obsesivo-compulsivos, estrés post traumático; etc., etc. Y conocemos también, por su amplia difusión en el mercado, las múltiples ofertas terapéuticas, correctivas, y farmacológicas -estas son muchas y están cada vez más difundidas- que se encuentran a disposición de quienes padecen de estos “trastornos”.

Pero ¿conoce usted la vía que el psicoanálisis ofrece a quienes padecen de estos síntomas actuales? Es posible que no. Y este desconocimiento quizás se debe a que la idea común que se tiene del psicoanálisis es que se trata de un tratamiento largo, sumamente caro, mayormente elitista, con un sesgo fuertemente “intelectual” e introspectivo; y, hay que decirlo, poco eficaz para tratar muchos de los padecimientos que hemos mencionado.

Permítanos desengañarlo, pues estamos en condición de decirlo enfáticamente: el psicoanálisis no es en modo alguno un tratamiento largo y oneroso, de carácter elitista, y de efectos a largo plazo. Los psicoanalistas lacanianos en todo el mundo constatamos, cada vez más, los efectos que el acto psicoanalítico, debidamente conducido, produce en los sujetos que padecen estos síntomas actuales. Y a la par, somos testigos de excepción de los estragos tremendos que produce, en todo sujeto que padece, el silenciamiento del síntoma y el rechazo de la particularidad que le es propia. Quienes seguimos la orientación del Doctor Lacan, consideramos que no hay salida posible para sujeto alguno -sea niño, adolescente, adulto, hombre o mujer- que se sostenga sobre la vía de este rechazo; por el contrario, consideramos que la única oportunidad verdaderamente ética para todo sujeto que sufre debe acoger, no rechazar, ese sufrimiento que se expresa en el síntoma.

Lamentablemente, en la actualidad, este rechazo de la particularidad es lo más frecuente, y lo vemos operar en dos dimensiones. Por un lado, desde el punto de vista clínico, la tendencia terapéutica imperante, fuertemente asociada a los intereses del mercado, se sustenta en la homogeneización del sufrimiento, en los protocolos de diagnóstico y en el nominalismo vacío de los “trastornos” y los “desórdenes”, que desemboca en el uso indiscriminado de la medicación. Por otro lado, desde el punto de vista “científico” se pretende dar una explicación “objetiva” de los mismos encontrándoles un fundamento puramente biológico, genético, bioquímico o neuronal. De este modo, se deja de lado la dimensión ética de la responsabilidad subjetiva, olvidando que los seres humanos somos, antes que organismos biológicos, seres de palabra y sujetos de acción, y por ende, de elección.

Por demás, este furor por “curar”, “adaptar”, “normalizar” tiene su correlato dramático en la segregación y el confinamiento de aquellos cuyos síntomas devienen refractarios a los tratamientos ofertados, lo que produce una ruptura del lazo social, soporte necesario de la existencia humana.

No obstante, el psicoanálisis lacaniano opera a contracorriente de estas tendencias actuales, oponiendo a la terapéutica de los protocolos la clínica del uno por uno; y respondiendo al cientificismo biologista con la política del síntoma, que consiste en rescatar al sujeto del inconsciente invadido por el sufrimiento o por un goce ignorado. Por esta vía, el psicoanálisis ofrece a todo aquel que sufre una salida digna, brindándole un espacio en el que su palabra tenga consecuencias concretas en su vida.

Este próximo octubre, durante tres días (17, 18 y 19) la ciudad de Lima será la tribuna desde la cual los psicoanalistas de la Nueva Escuela Lacaniana –escuela que abarca geográficamente a varios países y ciudades de la zona andina y el Caribe- nos reuniremos para exponer nuestra experiencia y someterla al debate público.

En esta ocasión, más de cien psicoanalistas de orientación lacaniana, de distintas ciudades de Latinoamérica y Europa, visitarán nuestra ciudad, sumándose a un nutrido número de participantes de Lima, para analizar y discutir la compleja problemática de los síntomas contemporáneos y sus formas de abordaje desde el psicoanálisis. En este encuentro, nos ocuparemos de las formas actuales de las neurosis, caracterizadas fuertemente por el pasaje al acto y la reivindicación del derecho ilimitado a gozar. Reflexionaremos sobre la clínica contemporánea de las psicosis, tanto aquellas que presentan en su desencadenamiento los cuadros clásicamente conocidos –delirio, disociación, fenómenos elementales; entre otros-como aquellas psicosis menos estridentes, llamadas “ordinarias”, que se caracterizan por la precariedad simbólica y la fragilidad de los recursos subjetivos necesarios para garantizarle al sujeto la continuidad del sentimiento de la vida. Interrogaremos las maniobras del analista en la transferencia ante la declinación del Nombre del Padre y la increencia en el Otro que caracteriza a nuestra época. Hablaremos, también, de las respuestas del analista ante las urgencias subjetivas, la exclusión, las nuevas formas de parentalidad y sus efectos, la defensa de los derechos humanos; etc.

Lo invitamos a participar de este debate y a ser, junto con nosotros, testigo de excepción de esta experiencia, que es la experiencia de todo aquel que es -antes que una cifra, un dato estadístico o un “problema” de salud pública o interés social- un sujeto ético, un sujeto digno, un sujeto de palabra.

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