El Club del Paréntesis o la candidez de Don Juan

Eduardo Álvarez


Alumno del CID - Lima

No hace falta mucho esfuerzo para encontrar comunidades de goce actuales que sostengan un típico “autismo”, dada la cualidad puramente virtual de sus relaciones, en las que se puede reconocer una intención de preservar sus lazos de esta forma.

Tal parece que se persigue una completud en términos de realidad virtual, donde la cibercultura ha establecido el ideal de “igualdad radical”, estandarizando y coagulando modos de goce, pero que a diferencia de este efecto democrático, en el mundo real, produce una segregación de “lo otro” tanto como el consiguiente debilitamiento de los vínculos y la reducción de espacios “no programados”.

Se refleja aquí el orden de homogenización que trae consigo lo global, que se ofrece como un lugar sin fisuras ni fronteras, en el que emerge la lógica universalizante del discurso científico de la mano con la ya referida intolerancia a la diferencia y a lo no esperado. Así, bloggers, gamers, hackers, crackers y demás, fundan espacios virtuales (totalmente cerrados o de difícil acceso a los curiosos) donde la igualdad imaginaria es la norma, en detrimento de los lazos con la realidad.

Particularmente, he quedado sorprendido con algunos de los hallazgos de mi pequeña investigación. Con estas intentonas de borrar la posibilidad latente que los encuentros traen consigo, se constata que la “ética del celibato” de la que hablaba Lacan se encuentra vigente: un anhelo de no tener que pasar por el dolor de la renuncia, o, si es necesario absolutamente, poder garantizar que la pérdida sea lo menos cuantiosa posible.

Se trata de la fabricación de un ideal de felicidad humana donde se encuentre una píldora toda, una anestesia general para el sujeto, de tal modo que este desaparezca tras el discurso social o científico que ofrecen en el mercado la bienandanza de los objetos de goce. En la cultura actual se abren ciertos espacios que empujan por su propia estructuración al autismo de un goce “personalizable”, aparentemente a la medida, pero universal al fin: un borrador de sujetos.

En la actualidad existen expresiones muy interesantes que dan cuenta de esta tendencia también en la ciudad. Mencionaré una en particular, que por graciosa me llamó especialmente la atención: “El Club del Paréntesis”[1].

El nombre es revelador, como suele ocurrir en estos casos: se denota con “club” lo común aparente de los individuos, en tanto que el “paréntesis” identifica la calidad autosatisfactoria del mismo. Este club se trata de una comunidad imaginaria donde se pone en relieve la sustracción de los participantes del supuesto ideal social de los compromisos, matrimonios o de relaciones que impliquen una demanda medianamente severa.

La razón para esta forma de relacionarse podría encontrarse en un cierto amor elemental, un ensalzamiento de la propia individualidad con un tufillo (hidalgamente aceptado) de “egoísmo sano”. Un escape de la moral hipócrita de la ciudad –denuncian-, una sustracción que crea un campo donde los individuos pueden retozar en un goce autista hasta saciarse, un lugar donde se sabe lo que se quiere, o mejor dicho, se sabe lo que no.

En las comunidades de goce actuales hay una idea de tránsito; tránsito entre objetos y satisfacciones provistas por estos. Un paso que dice que algo no se encuentra, que no convence. Allí está la lista de Don Juan y su función de búsqueda de La Mujer fálica, aquella que lo complete: el paso de una a otra constante, el una por una, diciendo lo necesario cada vez, la palabra de amor que saca a la compañera de turno de la lista, haciéndola única por un instante para hacerla caer y la insatisfacción consiguiente que la devuelve al papel con un check.

Don Juan como fantasma masculino se centra en las mujeres comprometidas, propiedad de otro, que son todas sombras de la marca indeleble de la madre idealizada, y así va errando su goce. Un macho a la antigua que acumula mujeres, en una rivalidad imaginaria con otros hombres, con el fantasma del falo siempre erecto y dispuesto a conseguir más. Una muestra de la idiotez intrínseca a ese goce solitario.

Lo autista, entonces, se marca como una salvaguarda al propio deseo, al encuentro con una castración insoportable en el cuerpo de una mujer. Hay algo que aparece como seguro en ésta inhibición: el discurso capitalista se encarga de mantener al sujeto en este simulacro de seguridad, idiotizándolo en su goce del consumo inacabable, como el bombardeo de objetos de autosatisfacción para taponar lo que se pueda escapar, sin asirse finalmente a nada, tanto como lo voraz del “choque y fuga” consuetudinario de hoy.

Cándidamente un sujeto asumiría tal vez que esa es la mejor manera de gozar en el mejor de los mundos posibles, teniendo como norte un optimismo incauto: el de ser autosuficiente y el de estar aferrado al irrenunciable lifestyle, o estilo de gozar posmoderno, lo que calificaremos como una falacia astuta que oculta la paradoja del célibe casado, pero con su propio goce del cuerpo: la paradoja pulsional de la boca que se besa a sí misma.

Podríamos decir que existe una resistencia del sujeto actual a condescender con goce, a vivir el deseo bajo la forma de un amor, que se muestra aquí amenazante.

Es más probable y frecuente encontrar la queja de este sistema de rotación donjuanesco en las mujeres. En el hombre no suele aparecer mientras esta estrategia le permita acceder a dicha forma de goce, al propio, como una forma de evitar el encuentro con el Otro goce. De esta forma, se las arreglaría para hacer existir “la mujer que no existe”, la que quedaría fuera de la serie, y que lo amaría.

La dinámica de estos gadgets, hechos a medida del sujeto y su uso, llevan a rechazar el lazo con la mujer o su perspectiva, y lo conducen a la ilusión panglossiana[2] del orden absoluto: esto está aquí para mi propio goce, sin reparar en los costos ni efectos que bajo la vía de malestar, síntoma o angustia se podrían poner de manifiesto.

Finalmente, creo que se podría tomar la idea de la inhibición como una ventana al síntoma masculino, que lo deja en un silencio que no permite la negociación con las mujeres ante su retirada del lugar de objeto y su movimiento contemporáneo. De esta forma, el paso a dar sería hallar una suerte de complicidad que rescate el lazo y la dimensión de lo nuevo de cada encuentro: en definitiva, algo del hombre tiene que pasar por su partenaire, visto que para el hombre la mujer es síntoma.

Posiblemente, la mejor manera de hacer frente a estos devaneos actuales sea el habla, desde el amor y de la mujer, dando lugar nuevamente al objeto, en la abertura misma de la “disociación entre el sistema viejo, que se resiste, y el nuevo, que requiere un nuevo funcionamiento”. Lacan acotaría que este rompimiento se daría por “el retorno de la verdad en la falla de un saber, [...] cuyo bello orden ella viene a perturbar”. Detrás del silencio masculino y de la mascarada alocada femenina se encuentra el sujeto que respira, después de todo. Allí apunta un análisis, al sujeto que, aún debajo, espera cultivando su jardín.


[1] Blog de Renato Cisneros en “El Comercio”, versión virtual.

[2] Referido a Pangloss, maestro de Cándido en la novela de Voltaire.

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