El juego del ahorcado: acceder al goce sin el Otro

Lilibeth García


Alumna del CID-Lima

En setiembre del 2007, los medios de comunicación de Lima pusieron entre sus titulares la noticia de la muerte de dos niños por ahorcamiento. Estas muertes no pasaron a ser una cifra más de suicidio infantil, pues adolescentes de diversas nacionalidades, que accedían vía Internet a una práctica conocida como el “juego del horcado”, testimoniaban que la motivación de estos actos era la búsqueda de una fuerte sensación de placer, conseguida a través de la asfixia intencional.

Las figuras sociales pertinentes, hicieron un llamado de atención a los padres de familia en su labor de supervisar y vigilar los contenidos que reciben sus hijos; por otro lado, se puso en el tapete las consecuencias nocivas que traen consigo avances tecnológicos como el Internet. Estos aspectos son importantes; sin embargo dejan de lado la participación social implícita, lo singular de esta modalidad y la función que podría estar cumpliendo para el sujeto contemporáneo.

Esta forma de solución está configurada por lo característico de la época. Así vemos la dificultad cada vez mayor para prescindir de los objetos producidos por la tecnología. El poder que tienen para crear con su existencia nuevas necesidades, radica, en la promesa de satisfacción que ofrecen y su poder para encandilarnos con sus atributos. En este escenario los niños y adolescentes constituyen un público preferencial para el consumo. Ello trae como consecuencia la dependencia de dichos objetos para la satisfacción, que terminan configurando parte de la vida del sujeto y sus vínculos con el Otro.

Desde esta perspectiva, el juego del ahorcado puede ser visto como un producto más del mercado; cuya peculiaridad, radica en su carácter solitario, ya que no hay la intención de incluir o considerar al otro en el goce obtenido en el cuerpo propio. En esta modalidad se excluye al Otro para no encontrarnos con su diferencia. Así arrancados del campo del Otro, los jugadores de la asfixia, no encuentran límites para su goce, franqueando fácilmente el límite entre el placer y el dolor, entre la vida y la muerte.

Entonces cabe preguntarse: ¿Por qué se prescinde del Otro en estas formas contemporáneas de goce?

Lacan se anticipaba a la época posmoderna, pues formula en 1963 “Los nombres del padre”, refiriéndose con esto a la proliferación de objetos para el goce. Si antes “El nombre del padre” funcionaba como el operador que organizaba la singularidad del sujeto frente a la alienación, ahora esta función socializadora, ya no tiene la misma fuerza que mantenía erguido al sujeto frente a la demanda de homogeneización. Así mismo la sublimación, considerada un mecanismo socializador garante de la civilización se ha convertido en un modo anticuado, pues el paradigma moderno es la satisfacción inmediata de los impulsos. Estos hechos no surgen gratuitamente, pues para que la cultura de la inmediatez se haga parte de la nueva configuración subjetiva, ha tenido que ser intensamente promovida, implícita o explícitamente por el cuerpo social, con un consecuente consentimiento de parte de los sujetos.

Estos aspectos sociales impulsan el predominio del Yo por encima del resto, en ese escenario es fácil atropellar los derechos del semejante, que ha dejado de serlo, para convertirse en un verdadero desconocido. Al respecto Jacques Alain Miller en El Otro que no existe y sus comités de ética[1] señala, la nueva concepción que se tiene del hombre: él es “un pequeño átomo”, que goza de libertades ilimitadas, que se privilegian por encima de los derechos colectivos. Es así que en este contexto cada vez se hace menos necesario dirigirnos a otro dándole un lugar, por que se ha puesto en evidencia, su propia falta. El Otro no es más el garante de la verdad, ni de la realidad, pues ya no se confía más en su poder, ahora la duda y la incertidumbre inundan la realidad social.

El significante “asfixia” aparece como una creación subjetiva contemporánea que no pasa por la simbolización, ni toca lo singular del sujeto, por el contrario constituye un goce vaciado de sentido que prescinde del Otro. Aunque es considerada patológica por su carácter masoquista, configura un intento o un modo de solución ante la angustia de tener que encontrarse con el enigma que puede constituir el Otro sexo. Al sujeto esto puede resultarle insoportable, pues podría encontrarse sin respuestas, en la imposibilidad del significante o en el vacio de significación, siendo arrojado a lo peor: la angustia.

Vemos entonces, que el choking game, no es la pereza de pasar por la dificultad de la relación con los Otros, sino que podría estar cumpliendo una función para el sujeto, que no accede al goce sexual, refugiándose en lo autístico de esta modalidad por que hay algo que su estructura no puede soportar.

Desde esta perspectiva, es importante situar que la asfixia (y otras formas), no solo está para ser señalada como un modo perverso y tanático, que los jóvenes de la actualidad crean para su satisfacción o su desvinculación con el Otro, sino que evitan sumirlos en una angustia insoportable.

[1] Miller, Jacques-Alain. El Otro que no existe y sus comités de ética, con colaboración de Eric Laurent. Paidós, Buenos Aires, 2005.

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