El Full Monty de Alan García o del perreo al perro del hortelano

Por Juan Carlos Ubilluz
Asociado de la NEL - Lima


Para estas alturas del segundo gobierno de Alan García, deberían quedar claro dos cosas: primero, que el temor de que el ex presidente repitiese los errores socialistas de su primer gobierno era infundado. El candidato del 2006 era sincero cuando se paseaba por los canales de televisión asegurando a nuestra “buena sociedad” de derecha que había aprendido su lección. Definitivamente, no se intentarán “locuras” como la nacionalización de la banca ni la estabilidad laboral absoluta, el presidente es ahora un buen muchacho que conoce las bondades del libre mercado. Y segundo, que quienes votaron por el liberalismo económico de Lourdes Flores Nano, deben darse por más que satisfechos: de ponerse una mano en el pecho, hasta los más acérrimos pepecistas se verían obligados a admitir que su candidata habría sido menos eficaz de lo que ha sido García en la difícil tarea de favorecer al gran empresariado en medio de las marchas y los paros de los sectores populares. En todo caso, no es exagerado decir que si la “candidata de los ricos” hubiese escrito en El Comercio un artículo como El perro del hortelano, no habría sobrevivido políticamente para atreverse a escribir Receta para acabar con el perro del hortelano. Así como sólo un republicano de vieja sepa conservadora como Richard Nixon podía firmar un tratado de paz entre Estados Unidos y la China comunista en el clímax de la guerra fría, sólo un supuesto defensor de los derechos de los trabajadores podía darles la espalda y proclamar abiertamente que el futuro del Perú depende de que el Estado favorezca la alianza del capital extranjero y los grupos de poder económico nacional.

A la derecha, por supuesto, no deja de sorprenderle el giro de García a la derecha. Luego de más de dos décadas de odiarlo tanto como a Velasco Alvarado, todavía le cuesta creer que “Alan Damián” sea uno de los suyos. En realidad, la sorpresa de la derecha no es más que el reverso de su miopía histórica. ¿No ha sido el APRA el partido de izquierda que durante el siglo XX estuvo siempre dispuesto a transar con los segmentos más conservadores de la sociedad peruana? Recuérdese la convivencia del “partido del pueblo” con el pradismo, y luego su alianza estratégica con el odriísmo. Y recuérdese, antes que nada, el discurso de Haya de la Torre en la plaza San Martín, cuando, para congraciarse con los miembros del Club Nacional, cuyos hijos no hace mucho rechazaron como miembro a un ex presidente “cholo”, aseguró que el APRA no venía "a quitar la riqueza a quien la tiene sino a dársela a quien no la tiene". Entiéndase bien: Alan García no es un cuervo que se come los ojos de quien lo crió, es decir, del Haya anti-imperialista; pues ya para la segunda mitad del siglo XX, de anti-imperialista, Haya no tenía más que el nombre. Alan García es parte de un viejo criadero de líderes-cuervos dispuestos a comerse los ojos “de quien no la tiene”.

Por otra parte, la derecha tampoco pudo prever que García emularía el retorno democrático de la izquierda al poder en el marco del capitalismo global. No es ningún secreto que, durante la década de los noventa, los comunistas “reformados” de los países de Europa Oriental se impusieron en las urnas para luego privatizar las empresas estatales y desmantelar el estado benefactor. De manera similar, en los países anglosajones, izquierdistas moderados como Bill Clinton y Tony Blair abandonaron el “absurdo de las viejas divisiones ideológicas” para servirse de “las ideas que den resultados”: para servirse, es decir, de “las ideas que den resultados” en el marco sociopolítico implantado por sus predecesores, los ultra conservadores Ronald Reagan y Margaret Thatcher. De modo que, lejos de ser la expresión de un desencanto con el libre mercado o del deseo de un nuevo socialismo, el retorno de (la) los partidos de izquierda al poder constituye la prueba definitiva del triunfo del capitalismo.

En El espinoso sujeto, Slavoj Žižek compara a la nueva izquierda con los protagonistas de The Full Monty. En esta película, cinco trabajadores desempleados deciden realizar y protagonizar un show en un club de striptease, a pesar de que sus cuerpos no encajan con las expectativas estéticas del público habitual de dicho espectáculo. En un primer momento, los desocupados conciben el acto de desnudarse como una manera rápida de conseguir dinero para cumplir con sus compromisos económicos. Mas pronto empiezan a darse cuenta de que su acto está ligado, más bien, al desprendimiento del falso orgullo viril de la clase obrera. Aquí es importante recordar que, en el diálogo inicial de la película, uno de los ex obreros comenta que después de haber visto a una mujer orinar de pie, no podía sacarse de la cabeza la idea de que su tiempo, el tiempo de los hombres, había llegado a su fin. Así, cuando en la escena final, los cinco se quitan la ropa en frente de un público femenino, simbólicamente se despojan también de su identificación con la virilidad (erróneamente) asociada a la posición ético-política del proletariado. Triste e irónicamente, el acto de desnudarse de estos personajes es similar al giro político de la izquierda contemporánea. Como lo señala Žižek, la actitud de la nueva izquierda es la de “hacer un striptease y desembarazarse de los últimos vestigios del discurso de izquierda propiamente dicho”.[1]

Ahora bien, debemos relativizar el argumento de Žižek: sería de mala fe extender la lógica del Full Monty a todos los partidos de la nueva izquierda latinoamericana. No sería correcto sostener, por ejemplo, que el MAS de Evo Morales se ha despojado de sus vestidos propiamente socialistas. No obstante, si hay un izquierdista que se adscribe perfectamente a la lógica ironizada por Žižek, ese es sin duda Alan García.

Antes de su victoria en segunda vuelta, algunos analistas políticos coincidían en que, de ganar, García proseguiría con la política económica de sus predecesores –la política económica del “chorreo”-, pero que mantendría su demagógica retórica de izquierda, “validándola” en los hechos con la atención de las demandas menos importantes de los trabajadores y de los movimientos sociales. No se les ocurrió, sin embargo, que la pulsión demagógica de García se desplazaría radicalmente a la derecha del espectro político y que acabaría convirtiéndose en el más fervoroso apologista de esa “revolución capitalista” tan reclamada por Mario Vargas Llosa y Jaime de Althaus. No se les ocurrió, sin duda, que tildaría a los huelguistas del 2007 de “comunistas”, azuzando así, a la vieja usanza conservadora, el miedo a “la gran amenaza roja”. Y no se les ocurrió tampoco que resondraría a los pobladores de Májez por realizar un plebiscito sobre la actividad minera en su localidad, ni que nombraría al fascistoide Julio Favre como director del FORSUR, ni que denominaría como “perro del hortelano” a todo aquel que quisiese darle una mirada cautelosa, a diferencia de un frenético visto bueno, a la venta del patrimonio estatal al gran empresariado.

Meses antes de la elección del 2006, García sorprendió al público bailando el perreo y luego volvió a sorprenderlo con el baile del teteo, tan aplaudido por Jaime Baily. Muchos pensaron que, con estos bailes, García pretendía aparecer ante el elector como un hombre relajado, divertido, un hombre cómodo con su situación actual que ya nada tenía que ver con el frenético “revolucionario” de su primer gobierno. Muchos pensaron que el García danzarín era un disfraz del verdadero García socialista, del peligroso proto-leninista que agita a las masas con el puño en alto. Se equivocaron. Si hubiesen leído los Escritos y los Seminarios del psicoanalista Jacques Lacan, quizás se habrían equivocado menos. Al menos, se habrían enterado de que el inconsciente no es un saco pulsional que está escondido dentro del cuerpo sino que está afuera, en la conducta, a la vista de todo el mundo; a la vista de todos los que saben, como lo sabía también Buffon, el sabio de la era clásica, que “el hombre es el estilo”, que lo más profundo en él es la apariencia, que su verdad es el disfraz.

Ahora lo sabemos bien. Ni el perreo ni el teteo eran disfraces del verdadero García socialista. Esos disfraces eran el verdadero García: eran el preámbulo erótico del striptease neoliberal que vendría después, los preliminares del obsceno espectáculo de “desembarazarse de los últimos vestigios del discurso de izquierda propiamente dicho”.

Sólo a quienes se aferran a los contenidos políticos les puede parecer que el García presidente ha sido incoherente con la promesas socialistas del García candidato.

El perreo y el teteo son bailes que prometen el desnudo: si se acepta que la forma es el contenido, no se puede decir que García no ha cumplido con lo que prometió.


[1] Žižek, Slavoj. El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política. Paidós, Buenos Aires, pag. 376.

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