Un fantasma recorre nuestra sociedad: el TDAH

Por Fernando Gómez Smith
Psicoanalista, miembro de la NEL-Lima
y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis

La intención del título es centrar la atención en un diagnóstico hipermoderno: el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad -que anteriormente ha recibido otros nombres: Disfunción cerebral mínima”, ADD etc.-). Como, supuestamente, este trastorno afecta cada vez más a niños y adolescentes, se habla de él de tal forma que cabe preguntarse hasta qué punto ya no solamente se lo trata como un problema de salud sino como un peligro social.

Los afectados son niños y adolescentes que no prestan atención e incurren en errores con frecuencia, son inquietos, no mantienen el interés ni siquiera en actividades lúdicas por espacios prolongados de tiempo, que parece que no escuchan o tienen problemas para cumplir instrucciones y que no finalizan las tareas. Todo ello trae como consecuencia que, a pesar de ser niños con un excelente potencial intelectual, fracasen en el proceso de aprendizaje.

El "diagnóstico" es hecho frecuentemente, en un primer momento, por la institución escolar, por los educadores. Esta institución pide luego una confirmación del diagnóstico inicial a algún profesional de su confianza: sea neurólogo o psicólogo.

Mientras tanto, los padres y los maestros, alarmados, dicen: “no sé que hacer con este niño”. Los maestros temen que la inquietud del niño se propague; esa es, al menos, la fantasía que arma la realidad del maestro ante la inquietud. Y es esta fantasía la que le regresa como realidad en el salón de clases. Los maestros quieren que todos sus niños estén quietos, concentrados, atentos, ya no aceptan, por tanto, la diferencia. Existe una dictadura de la norma, de lo normal como media, donde lo que se diferencia de esta produce inquietud, se convierte en un déficit. Cabría preguntarnos, entonces, si dicha inquietud señala una carencia provocada por una demanda obscena de someterse a una demanda de quietud. Este es, pues, un sistema que provoca el déficit y luego requiere de expertos para aplacarlo.

En los tiempos de la sociedad hipermoderna el saber de la abuelita ha perdido su eficacia para estas inquietudes y para estos padres. Los maestros y los demás profesionales que son convocados, atrapados entre la espada de la institución y el muro de la inquietud, rinden su experiencia y se entregan a las maniobras de un nuevo amo: la ciencia y tecnología farmacológica; “una pastilla y, quizás, ya no molestarán”. La consigna del biopoder es “el único niño bueno, es el niño quieto, bien quieto”. De este modo, se introducen las píldoras de “Ritalin”, “Concerta”, y la última generación, “Strattera”. Es así como se ha hecho bastante común la supuesta presencia del TDAH en nuestros niños y el modo de intervención con el medicamento como el más habitual para contribuir con la necesidad de soluciones rápidas, tan conocida en nuestros días.

El goce de los fármacos es el objeto de los laboratorios. Ellos gozan de las ventas de cada fármaco: cuanto más ventas, más plusvalía obtienen. Sobre esto, nada tenemos que decir. Cada quien goza de lo que tiene a su alcance, y en el terreno del plus de gozar no hay prescripción válida; pero, en este caso, se está gozando de la desgracia ajena.

Convertir problemas y contingencias comunes de la vida, como la posible falta de atención, la timidez, la tristeza o la soledad, en “enfermedades” o “síntomas” que pueden tratarse con fármacos, justificándose en la necesidad de encontrar soluciones rápidas, es la táctica y la estrategia de la industria farmacéutica. Sin embargo, esta industria es completamente funcional dentro del sistema en el que opera, ya que muchos de esos “padecimientos” son síntomas del malestar de la cultura posmoderna. Asimismo, dolencias leves son trasformadas en graves y se las convierte en un factor de riesgo – si se hace gimnasia, uno se enferma y sino se hace también se enferma, y, en ambos casos, el laboratorio dice: “Le ofrecemos una pastillita salvadora”. Y todo ello se nos da, a menudo, de manera combinada, con el apoyo de médicos y de los medios de comunicación, en campañas dirigidas a los consumidores.

Para colmo de males el “Ritalin”, el “Concerta” y el “Strattera”, como cualquier medicamento -comenzando por la popular aspirina-, es dañino para la salud, es decir, “curan” a condición de provocar un daño en otra parte del cuerpo. La aspirina “elimina” el dolor de cabeza al tiempo que provoca “pequeñas” hemorragias en el tracto digestivo. La droga activa del “Ritalin”, medicamento para tratar el TDAH, es el metilfenidato, un químico de acción similar a las anfetaminas. Su potencia “adictiva” lo colocó en el listado de “drogas” de “alta vigilancia” controladas por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU (JIFE).

El “Ritalin” es un estimulante cuyo prospecto advierte que no se debe administrar a menores de 6 años y del que nunca se han analizado los efectos secundarios. Por otro lado, investigadores de la Universidad de Maryland, en el informe de un estudio sobre el uso del Ritalin, informan que: "Esta alarmante tendencia de prescribir drogas a niños pequeños puede tener efectos perniciosos para el desarrollo del cerebro”.

Pareciera que los primeros que se calman cuando al niño se le comienza a administrar una de estas “pastillas salvadoras” son los padres y los maestros. ¿Y los niños? Vaya a saber usted. No conviene de entrada colocarlos como víctimas, pues ellos son miembros de un lazo social donde las formas de la paternidad tienden, para bien o para mal o para las dos cosas, a sostenerse en la “autoridad” fría y despersonalizada de la ciencia objetiva y sus productos. El “Ritalin” provoca una drogadicción de orden médico o prepara el terreno para el consumo obligado de otras drogas debido a su carácter adictivo.

En este nuevo régimen en el que vivimos, de sociedad hipermoderna, hiperactiva, hiperconsumista, de tratamientos hiper rápidos contra las hiper epidemias, donde ya no se trata de luchar contra la tradición y sus prohibiciones; nos preguntamos ¿a qué estamos confrontados? Hiper significa exceso, y el exceso es algo que ahora ya no se puede parar de la misma manera. No basta con la prohibición y los procedimientos de evaluación, clasificación, normativización y control de la salud; ahora se generan nuevas patologías que amenazan la supervivencia de la dimensión subjetiva en la que permanece guardado el único valor que cada uno tiene. Y hay que volver a decirlo para no olvidarnos: el uso de una medicalización indiscriminada amenaza el valor de la dimensión subjetiva, lo más íntimo de cada sujeto. Ahora bien ¿qué puede decir el psicoanálisis? ¿Cómo puede formar parte de este debate de actualidad? Una respuesta posible es esta, por la que apostamos, de promover un espacio, abierto a la ciudad, que ofrezca alguna posibilidad de interrogar las nuevas certezas, para no quedar absorbidos por ellas.

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