El Ojo que Llora: lo que hace inconcluso el duelo

por Jannise Gallo

En Agosto del año 2003, La Comisión de la Verdad y la Reconciliación entrega el informe de su investigación, donde se describen crueles y cruentos sucesos ocurridos durante el conflicto armado interno. Las masacres y los asesinatos son descritos en el contexto de un escenario de guerra, en donde se ven involucrados civiles, representantes políticos e institucionales, organizaciones sociales, miembros de las fuerzas armadas y agrupaciones terroristas. La narración de estos actos de terror, dan cuenta de dos décadas de un orden siniestro, entre el año 1980 y el 2000.

Luego de esta entrega formal, tras un largo y extenuante período de investigación, sobrevino un intento considerable por materializar el discurso, es decir, poner en acto los objetivos planteados por una comisión que ya disponía de ciertos significantes a su servicio. Estos significantes demarcarían aparentemente su desarrollo, ya que, desde un principio, la comisión fue nombrada de tal manera que su naturaleza y miras al horizonte estuviesen determinadas por ellos. Sin embargo, con el devenir del tiempo en torno a esa cadena significante, hoy espectamos ciertos sucesos de una insensatez ofensiva y conocida, en su ímpetu, por el pueblo. Pero, justamente allí, en su retorno, es que con fastidio le damos la espalda. Lo que se escribe a continuación es un ejemplo del retorno de lo reprimido, que en su violencia sintomática deja ver un padecimiento que existe aún de forma latente.

El 23 de septiembre del presente año, se atentó contra uno de los memoriales -que reitero- lleva consigo una carga significante de peso prominente; pues “La verdad y la reconciliación”, no son de ninguna manera significantes sencillos de llevar a cuestas. Por ello, propongo pensar junto al lector qué efectos tiene la palabra sobre el cuerpo, con el fin de analizar lo que gravita en torno a estos términos. El memorial El Ojo Que Llora, construido para inspirar la reflexión y la paz, estaba, apartado, lejano, sin voz; encerrado entre rejas y verdes colinas. A pesar de que contó con el reconocimiento internacional, su exposición pública en pleno Campo de Marte, en el corazón de Lima, no recibió la misma atención. Aun así, es borroneado burdamente –negado- a baldazos de pintura naranja.

Las piedras donde se inscribieron los nombres y fechas de más de 27 mil personas fallecidas, además de aquellas sin inscripción que representan a los desaparecidos cuyos restos no pudieron ser identificados o encontrados, fueron rotas de forma brutal. Luego de una semana del atentado, caminaba por los laberintos de la escultura y me acerqué a leer, en una de las zonas atacadas, los nombres de quienes podían distinguirse aún entre los pedazos rotos y manchados de anaranjado: -quedé perpleja-, pues yacían allí los nombres de adolescentes e infantes, incluso con meses de nacidos. La entrada al memorial no contaba con resguardo y los pedazos de piedra y cemento ya no estaban dispersos. Era evidente que alguien había puesto en orden las evidencias de la destrucción y tan solo la pintura naranja recubría escandalosamente la piedra central. Aquel día, unas pocas personas se reunieron para pronunciarse y manifestar su indignación ante aquellos que violentaron la reparación simbólica hecha a tantas personas que consideraban ese espacio como una lápida para sus seres queridos. Esta reunión plateó “la importancia de no olvidar los sucesos terribles de aquella época, [en la] que existieron ultrajes, torturas, desapariciones forzadas y asesinatos”. Además, manifestaron que la sociedad no podía cometer los mismos errores del pasado y, finalmente, citaron los objetivos de paz y reconciliación entre la sociedad peruana.

Ahora, volvamos a la relación entre estos significantes y los peruanos: ¿Por qué se plantea que los peruanos deben verse comprometidos en esa relación? ¿Cuáles son las partes que se intentan conciliar? Y, finalmente, ¿cómo y de qué manera, basándose en los principios de los derechos humanos, se propone el restablecimiento de una armonía? A pesar de que los terrenos que hay que atravesar para llegar a esas respuestas no se pueden resolver en un solo ensayo, sí podemos detenernos y precisar, contundentemente, que para un tiempo lógico de concluir antecede uno de comprender. En otras palabras, las respuestas que se han dado, intentando homogenizar las necesidades de todos los hombres, desconocen la dimensión en la que cada quien, desde su propia angustia, recorre el camino de la invención, coloca algo con lo cual no tapona ese vacío angustiante, sino que dibuja una apuesta singular, una respuesta por realizar, que lo mueva de su posición inicial de sufrimiento, concibiendo, de esta manera, su propio momento de concluir.

No es en torno a la obra de arte o al espacio físico violentado que se formula mi inquietud, sino, más bien, en torno a las muertes allí representadas que no interpelan al resto de los limeños. Retorna un fantasma con hedor a muerte que se suma como un acto más contra los débiles y excluidos, esta vez sobre su misma tumba, desde la cual sus voces no pueden resonar. De este modo, los familiares no logran superar el duelo ni la búsqueda de una demanda por la reparación, ya que la sola invocación a la paz pone en juego una reconciliación que no ha pasado por la propia pregunta, por la propia elaboración singular, la propia división subjetiva. Y esta implica no solo esperar justicia culpando a otro, sino también, dialectizar lo sucedido.

No hay evidencia que indique, en las catarsis televisadas de las audiencias públicas, algo más que el rechazo a continuar topándose con aquello que perturba. No hay una nueva elaboración, pues no se ha dado el escenario para ello; y lo que quedó oculto desde su oscuridad siniestra, retorna, con la misma impunidad. Sino ¿por qué la congresista Martha Chávez se autoriza públicamente a descalificar el monumento y loar su destrucción? ¿Por qué los peruanos se han acostumbrado a la necedad y a la presencia de negaciones a combazos, en aras de sostener al amo? ¿Por qué se tapan miles de masacres, en plena extradición y juicios al ex presidente? Lo cierto es que dan un golpe violento que no pasa por la subjetivación de su propia responsabilidad y se desembarazan de culpa.

La CVR permitió, con un esfuerzo sostenido, que cada persona expusiese su verdad, registrando cada historia para que estas no desaparecieran en el silencio. Sin embargo, es el mismo sujeto el que da movimiento a esos testimonios, pues la verdad no está escrita “tal cual” en ningún libro y tampoco es una entidad que pueda encontrarse estática como una roca. Es necesario que le demos vuelta a esas páginas, pues la posición de víctima solo permite, por un lado, eternizarse en el dolor y, por el otro, sostener a un victimario que queda impune en el silencio: estáticos, sin pronunciar palabra ante el síntoma de la violencia, nos capturará tal como nos dejó.

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