La escena dentro de la escena en el discurso presidencial

por Pilar Cerna

El presente es un artículo elaborado a partir de la declaración presidencial del Sr. Alan García ante los rumores de la prensa acerca del hijo que ocultó. Es importante retomar este tema, porque la figura del Presidente de la Nación, Alan García en este caso, sufre análogos avatares a los de la función del padre, llegando inclusive a representar este lugar mismo en la vida psíquica de algunos, de manera que no es poca cosa lo que él diga respecto de los hijos que ha procreado ni el contexto del que se sirve para informar al público sobre ello.

En primer lugar, cabe resaltar el manejo y protección corporativa de la prensa para no divulgar la información durante la campaña electoral. La interrogante que tendríamos que formular concierne entonces al motivo del ocultamiento: ¿Por qué hubiera sido dramático que se revelara que el Presidente había tenido un hijo fuera del matrimonio? ¿Confesarlo durante una campaña electoral conllevaría la posibilidad de pérdida de votos?

Durante la campaña electoral, García mostró una familia unida y feliz. Además, declaró oficialmente que tenía cinco hijos y no seis. Luego, ante el destape de la prensa, montó un show mediático en cadena nacional en el que admitió públicamente a su sexto hijo, producto de una relación extramatrimonial y reconocido legalmente desde su nacimiento, aunque este hecho se mantuviera oculto. Para colmo, nos dictó lecciones de paternidad. Y como si fuera poco, en esta representación ante cámaras, lo acompañó su esposa.

En su discurso García declaró algo que llamó nuestra atención, dijo: “el Presidente no tiene vida personal, el Presidente no tiene vida privada porque personifica a la Nación y los peruanos deben saber todo lo que atañe a todos los aspectos de su vida. [...] Creo que es fundamental en vez de rehuir, sin ninguna explicación, decirlo públicamente ante todos los peruanos porque es mi deber como Presidente de la República y porque yo no rehuyo mis responsabilidades y porque cualquier niño tiene derecho a tener su padre, su apellido y su protección y su garantía, mientras viva.”

¿Qué es un padre?

Para Lacan la pregunta freudiana ¿Qué es un padre? es el punto de partida del nacimiento del Psicoanálisis. El padre ha sido el pilar de la interrogación psicoanalítica.

Ese padre mítico que Freud describiera desde Tótem y Tabú, teoriza aquello que constituye el lazo social mediante el orden simbólico. Es el Padre que impone la ley, es el Padre, poder del goce y agente de la castración; la función paterna, es entonces, esencial al orden simbólico. La figura del padre limita el goce; por ello, ordena, pacifica y permite que el ser hablante se oriente.

Sin embargo, en la civilización contemporánea, asistimos al declive, cada vez mayor, no sólo del Ideal, sino también de la función paterna. Hoy todo goce vale. Y a cada uno le corresponde elegir el suyo entre los que ofrece el mercado.

La televisión es uno de ellos. Esta puede mentir y falsear la verdad, exactamente igual que cualquier otro instrumento de comunicación, la diferencia radica en que la fuerza de la veracidad inherente a la imagen hace que la mentira sea más eficaz y, por lo tanto, más peligrosa. Jacques Alain Miller sostiene que “la televisión anestesia al ser humano: le permite dormir con los ojos abiertos”.[1]

Esta es una época marcada por la desintegración y consecuente metamorfosis de los lazos sociales. Vivimos en tiempos donde lo simbólico contemporáneo se consagra a la imagen, no sólo por lo que se muestra sino porque frente al declive de la función paterna, hay un refuerzo de lo especular.

Detrás de cámaras: La escena dentro de la escena

En la escena dentro de la escena, la lógica del espectáculo ha sido introducir un espejo, que opere entonces, como el espejo del Otro: El Presidente aparece en compañía de su esposa, Pilar Nores, montando una escena mediante la cual busca producir una identificación especular entre los telespectadores y él.

García dijo: “La primera obligación de un ser humano es proteger al hijo que tenga, esa es mi convicción y ese es mi mensaje transparente y claro a todos los peruanos”. En el discurso de García queda implícito que su rival especular es Toledo: él es lo que Toledo no es, pretende decirnos. Desde esta perspectiva se estructura el mensaje.

Recordemos que el anterior presidente, Alejandro Toledo, estuvo expuesto a un largo proceso judicial de reconocimiento de paternidad interpuesto por la señora Lucrecia Orozco, madre de Zaraí, una menor de 12 años. Toledo con falsos testigos pretendió desacreditar la honra de la señora, manipuló al Poder Judicial obteniendo favores y se negó a hacerse el ADN. No sería este el caso de García, quien como padre no ha negado ni su atención ni su apellido. Es eso lo que quiso dejar por sentado en su discurso.

Entonces, mediante el montaje, trae a escena el escándalo anterior vivido con Toledo. Así es como García pretendería salir airoso del suceso: él se presenta como un padre que no desconoce a sus hijos, como Toledo sí lo habría hecho, no es el que se desdice, ni el que rehuye de sus las responsabilidades. García es, por el contrario, el buen padre.

A la vez, sobre su cónyuge, García verbaliza lo siguiente: “Tengo la satisfacción de contar con la comprensión y con el respaldo moral de mi esposa que me demuestra, a mí mismo y a todo el país, su altísima dignidad, su condición de madre y su condición de dama”. Se presenta a su esposa, entonces, como la madre que es capaz de anteponer sus propios deseos por el bienestar de un niño inocente, cuestión que no quedaba clara en el caso de la sra. Karp.

El resultado no se hizo esperar. Según la Encuesta de Apoyo, un 79% de entrevistados aplaudió a García por el reconocimiento de su sexto hijo y el 71% consideró adecuado el comportamiento de la Primera Dama.

En un amplio reportaje a Pilar Nores, realizado al mes de la asunción del mando de García y publicado en una revista de entretenimiento social, se le preguntó: “Sra. Nores, ¿Usted alguna vez ha señalado la serie de mitos urbanos que se han tejido en torno a su esposo?” A lo que ella respondió: “Eso es porque la gente siempre quiere conocer algo más y entra a la fantasía, le han inventado dos mil mujeres, pero al fin y al cabo, la gente sabe que hace treinta años estoy al lado de ese señor y que tengo cuatro hijos con él. La gente puede decir e inventar, pues él es naturalmente galante y la coquetería su forma de ser. Pero de allí a que la gente interprete otra cosa… dentro de la fantasía de las personas hay ese tipo de cosas”. Podemos deducir de su respuesta, entonces, que ella es parte integral del montaje en esta representación.

Evidentemente, estamos frente a una ficción. Sin embargo, lo verdaderamente inquietante no es que el ser quede tan fácilmente atrapado por la ficción sino aquello que constituiría el deseo de ese Otro para el cual no sabemos con certeza qué papel venimos a jugar. Esos otros, que con tanta seguridad convierten al espectador en personaje de su trama, cómplice de su ficción, lo reducen a no ser sino el objeto de la mirada deseante del Otro. Como espectadores, frente al aparato televisivo, por ejemplo, suponemos que un deseo propio nos anima y que somos en eso libres de elegir; lo que ignoramos es que, por el contrario, es la pantalla la que nos mira, la que nos busca y la que persigue nuestro acuerdo para que concedamos lo que nos pide; entre tanto, uno cree que puede desconectarse según su propia voluntad.

Lacan define al espectador como el coro de la tragedia griega, el coro es el público que muestra las emociones que provoca la obra. En este punto es donde se ubica el verdadero alcance de la tragedia.

Según Lacan[2], la democracia es una ficción simbólica que supone que todos seamos sujetos para el Otro. En el orden democrático el lugar del poder es un lugar vacío, pero su límite es el goce del sujeto que, de surgir, hace de su prójimo su objeto.

Volviendo al tema que nos convoca, ¿quiénes somos, entonces, para esta escena que nos mira, esta escena montada sobre otra escena? ¿Cómo sujeto de qué deseo se muestra la figura presidencial?

García se sirvió de Toledo durante el escándalo para saber qué no responder. Creó un ámbito especular para tapar con supuesta inocencia y responsabilidad los excesos del goce que se le venían encima: el goce ávido del público y los estragos causados por el propio. ¿Esta escena podría ser leída como perversa? Sin duda, un cierto cinismo la rodea.



[1] Miller, Jacques Alain. “Las cárceles del Goce”, En. Imágenes y Miradas, Buenos Aires, EOL: 1994.

[2] Lacan, Jacques Alain “La Ética del Psicoanálisis”, En. El Seminario 7. La Ética del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós: 1988.

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