Vueltas sobre los re – vueltos
Por Marcos Mondoñedo
La publicación de Re-vuelta psicoanalítica[1] es una buena ocasión para reflexionar sobre el papel del psicoanálisis en la civilización contemporánea. Se trata del resultado de los trabajos realizados por los alumnos de la Maestría de Estudios Teóricos en Psicoanálisis de la Universidad Católica. En el índice de la publicación podemos observar un muestrario de inquietudes que, desde una perspectiva que asume el saber freudiano como punto de apoyo, transitan desde lo exclusivamente teórico hasta lo coyuntural de la clínica en torno de los padecimientos psíquicos actuales. Ello, sin embargo, no excluye la posibilidad, que algunos se autorizan, de instrumentalizar este saber con la función de describir algunos productos de la industria cultural.
No obstante, en el prólogo, se consigna una explicación de la elección del término “Re – vuelta” para nominar el libro que nos suscita una interrogante. Y es que con esta aclaración, las prologuistas, Roxana Navarro y Pilar Ortiz de Zevallos, impregnan de una cierta obsolescencia, que debe ser refutada, al abordaje psicoanalítico.
Ellas sostienen que el término “Re-vuela” fue asumido por ser una palabra que refleja los varios significados que el estudio del psicoanálisis ha tenido para ellas. El término “refleja” –cual si fuera un lapsus— suscita inmediatamente una sospecha respecto de la posición que tendrían las prologuistas sobre del lenguaje. ¿El lenguaje refleja la realidad o es un medio de comprensión-construcción del mundo? El psicoanálisis freudiano puede concebirse como una de las corrientes de pensamiento que produjeron cuestionamientos radicales respecto de los ideales de la modernidad. Uno de ellos es aquel de la concepción instrumental del lenguaje. Como se sabe, el realismo decimonónico, pariente artístico de la concepción científica positivista, fue puesto en crisis con el surgimiento de las vanguardias artísticas y de las reacciones antipositivistas en el campo de la ciencia. Y, precisamente, este cuestionamiento planteaba una problematización de la concepción ingenua del lenguaje como reflejo del mundo.
Por otro lado, si el psicoanálisis tiene vigencia, esta no pasa por un confiado énfasis en los significados que las palabras reflejan. La intervención freudiana en la cultura pasa por un énfasis, antes bien, en los significantes, es decir, en aquella materialidad contingente y arbitraria que, sin embargo, implica un modo particular de goce; es decir, aquello que, más allá de la simple satisfacción, compromete el modo en que el cuerpo real ingresó al orden simbólico de la cultura. ¿Asumir los significados supone entonces un cierto esencialismo ingenuo y tranquilizador?
Probablemente, esta actitud es la que parece comandar los artículos del libro. Tomaremos, a continuación y por cuestiones de espacio, solo dos ejemplos.
El primer artículo, ¿Es la satisfacción de deseos la esencia de los sueños? de María Lourdes Ruda, propone un panorama de las teorías que pretenden explicar el sentido del sueño. Comenzando con la propuesta de Freud, discurre luego por los planteamientos de otros psicoanalistas y concluye, con Garma y Abadi, que la función del sueño sería, no solamente la realización de anhelos, sino también la actualización alucinatoria de problemas o traumas. ¿Esto no es, sin embargo, algo del sentido común? ¿No estamos cansados de ver en las series de televisión norteamericanas al personaje central que tiene un problema y sueña con ello? La vigencia de la propuesta freudiana –el sueño como realización del deseo— radica en que deriva de un análisis de la materialidad significante del sueño con la que demuestra una lógica inherente, una “lengua” onírica y, de este modo, un vínculo simbólico y transferencial con el que se puede operar sobre lo real del sujeto. Es probable que el olvido de la importancia de la mediación simbólica, lleve a algunos a relativizar, sin querer, las posibilidades del analista y así destituir su capacidad en función de la cura. Sin embargo, esta mediación, la del lenguaje, no debe ser entendida como un espejo que “refleja” los traumas de la vida diurna del soñador, sino como una instancia de construcción y con la que se puede, como ya se dijo, mover algo en lo real del analizante.
Algo distinto ocurre con el texto de Max Hernández Calvo, Síntomas del prime-time: risas histéricas en “Mi bella genio”. Este quizás sea uno de los más interesantes de la compilación por su actitud irreverente y lúdica (no simplemente “reflejista”) en relación con los conceptos analíticos. Si bien de vez en cuando cae en una suerte de psicoanálisis de personajes, el valor de este trabajo radica en su intento de articular la mediación comunicativa y simbólica con ciertas nociones analíticas de trascendencia y densidad, tales como objeto a, que toma del psicoanálisis lacaniano. Adolece, no obstante, de un defecto universitario: la fuente de segunda mano. No es Lacan, sino Slavoj Zizek quien le permite acceder a sus conceptos. Zizek, claro está, es un importante e indiscutible difusor y articulador de la enseñanza lacaniana con los estudios culturales; sin embargo, esta asunción indirecta de su enseñanza quizás haya ocasionado ciertas imprecisiones. Por ejemplo, Hernández sostiene que Jeannie estaría determinada por “su condición de no deseante” (165), lo cual hace que su ser radique en el deseo del otro. Pero luego afirma que su deseo es el deseo-del-otro, y ello implica, según el crítico, que “[n]o reconociendo su propio deseo, Jeannie desea ser el deseo mismo” (165). Esta confusión apunta, sin embargo, hacia algo fundamental: el deseo es, siempre, el deseo del Otro.
Por otro lado, la intensidad de esta posición en la bella genio produce algo que no se destaca en el artículo: la constante conmoción del sentido falocéntrico representado por el amo y las fuerzas militares. No obstante, pese a todos los desastres que la intervención de Jeannie ocasionaba, la serie nos daba la implícita ilusión de que todo podría renovarse. En este sentido, si bien es verdad que el erotismo implícito de la serie (destacado por Hernández) fue uno de los elementos que cautivaron al público durante años, lo fundamental es que I dream of Jeannie presentaba de modo paradójicamente verosímil la posibilidad de la relación sexual: la magia premoderna era puesta del lado de lo femenino y la racionalidad instrumental moderna, del lado masculino; esto resultó muy verosímil, de sentido común.
Como sostiene Lacan, “no hay relación sexual”. Esto expresa que los modos de goce del sujeto femenino y del sujeto masculino no son complementarios; pero también significa que no hay cómo vincular un significante de un sexo con los del otro. Ahora bien, acabamos de decir que los sexos estaban representados por dos lógicas significantes contrapuestas. Pues bien, lo que se veía en la serie era la convivencia conflictiva, es verdad, pero lúdica y vital, de esas dos lógicas sin que ninguna tragedia real se haya escenificado nunca. En consecuencia, la serie nos daba la implícita ilusión de que, pese a todo, es posible la relación sexual.
Las palabras no reflejan el mundo, esto fue harto demostrado durante el siglo xx y resulta ingenuo olvidarlo con un simple giro esperanzado y decimonónico hacia las ciencias duras. Quizás debiéramos aprender de Jeannie, la genio, algo fundamental: para que el mundo, incluido el psíquico, se transforme no debemos usar las palabras para reflejarlo, sino hacer que ellas intervengan en lo real.
[1] HERNÁNDEZ, Max [y] Moisés Lemlij (Ed.). Re-vuelta psicoanalítica. Lima, Fondo Editorial de la PUCP, febrero 2007
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