“Producto Terapéutico”: ¿de oferta?

Por Jannise Gallo Alvarado


Basta con hacer un mecánico zapping, reposando frente al televisor cualquier día de la semana, para encontrar en varias cadenas de cable, además de la antena nacional, una multiplicación de programas que intentan mostrar cómo solucionar los problemas actuales de índole subjetiva que comparten los televidentes, por más irremediables que parezcan. Estos problemas son sometidos a observación, discusión y un breve pasaje terapéutico, lo que los lleva a un punto de resolución siempre feliz, a condición de entregarse y aceptar las medidas y consejos de quien sea la guía en cada show.

Los programas que ofertan soluciones, alertan también sobre lo que anda mal en la actualidad y necesita de una solución rápida, es decir “como acabar con el problema” que ellos mismos acaban de mostrar en su peor faceta. Sin lugar a dudas, apuntan a la normalización y al control, pretenden enseñar cómo debe comportarse un buen niño, un adolescente, un exitoso matrimonio e inclusive como debe ser un buen sexo.

Aparentemente, no hay mucho que pensar: solo alguien entrenado por un saber científico, o algo parecido, “sabe” lo que hay que hacer. El sujeto en cuestión, en cambio, nada sabe.

La mayoría de estos programas muestra un seguimiento en vivo de los casos, donde los consultantes son monitoreados y corregidos por alguien que se presenta como “especialista”, el mismo que suele ser un psicoterapeuta. Al cabo de un tiempo preestablecido por el programa, que suele no pasar de un mes de recuento de observación, los problemas son solucionados exitosamente, al final de una corta pero intensa aventura.

Me atrevo a pensar que la pregunta general en los televidentes pudiera ser si realmente funcionan todos esos coleccionables consejos. Y si de eso se trata una terapia, es decir “ir al psicólogo”. Ya que de sentirse identificado con algún capítulo del show, no cabe otra posibilidad que tomarse la solución presentada a manera de prescripción médica, de ejemplo a seguir. La relación problema - cura, es en el fondo, una oferta terapéutica, un producto a conseguir que promete el éxito y la disolución de cualquier comportamiento problemático.

Un analista no sanciona el síntoma con el que llega alguien a la consulta ni propone estrategias que se construyen en una relación causa – efecto, suponiendo que para todo caso con característica A, es necesaria una cura B, método con el cual los manuales de consulta diagnóstica acaban siendo los manuales de autoayuda del psicoterapeuta, en realidad. Ninguna búsqueda aquí respecto de la verdad acerca de lo que le sucede a un sujeto, lo que a su vez lo exime de tomar posición con respecto a lo que le pasa. La estandarización de la cura y la homologación de los síntomas es una avalancha frente al tratamiento del uno por uno que aplasta toda posibilidad de diferenciarnos.

Sin embargo, en medio de este boom de series reality y ofertas terapéuticas, me topé con el estreno de la primera temporada de una serie que llama la atención, por tratarse de los tratamientos de distintos pacientes, pero del lado de la ficción: In treatment (En tratamiento). Se trata de la adaptación americana de una popular serie Israelí que muestra las sesiones privadas de un psicoanalista con sus pacientes siguiendo su propia agenda, día a día con uno distinto, el cual acudirá el mismo día, en el desarrollo de la serie; cada capítulo consiste en la sesión terapéutica con uno de ellos. La producción no incluye efectos especiales, reveladores flash backs de los personajes, ni bellos o excitantes escenarios, solo hay tomas en el consultorio que van del psicoterapeuta, Paul Weston (interpretado por Gabriel Byrne), al paciente de ese día (todos ellos representados por un muy buen reparto de actores). Los minutos transcurren entre el discurso de los personajes y sus silencios.

Nadie en el ciberespacio se pone de acuerdo acerca de si Gabriel Byrne actúa el papel de un psicoanalista o de un psicoterapeuta, al parecer, ambos ejercicios profesionales no resultan diferentes para la audiencia.

Existen principios fundamentales que separan el psicoanálisis de las psicoterapias. El analista escucha, pero no para ser cómplice de las construcciones imaginarias del analizante, es decir, no se enreda en su discurso, ni colude con sus ideales. No interpreta pretendiendo jugar al adivino con lo que su paciente le dice, como se hace cuando se profieren frases del estilo: “usted en realidad siente lo contrario, es solo que no lo acepta y esto se interpone en su camino para conseguir lo que anhela”. O: “usted me dice esto, pero a mí me parece que en realidad no está hablando de lo que quiere hablar”. Como es evidente –y efectivamente ocurre así en la serie–, este tipo de intervenciones dan lugar al juego de los espejos, a proyecciones de sentimientos y afectos entre terapeuta y paciente que suscitarán la agresividad de este último, quien responderá poniendo en duda que el psicoterapeuta pueda saber más de él que él mismo, con lo cual no dejará de tener razón, habrá que decirlo. Cuando prima lo imaginario sobre lo que el analizante realmente dice –un discurso que habría que saber leer al pie de la letra–, todo favorece el desencadenamiento de la transferencia negativa, el mayor obstáculo hacia la cura. La transferencia negativa puede consistir tanto en el enamoramiento como en el odio, dando lugar a la falta de respeto y a la agresividad abierta inclusive, lo que consecuentemente sucede con los pacientes de Paul Weston. Esto ya fue consignado por Freud, y los escritos de J. Lacan acerca del estadio del espejo y sobre la naturaleza del yo abundan en este tipo de reflexiones. De manera que, desde este ángulo, los diálogos entre Paul Weston y sus pacientes muestran bien lo que no debe hacerse.

Si podemos empezar a diferenciar al psicoanálisis de las psicoterapias por algo sencillo, es por la propensión de estas últimas a especular sobre el sentido, a partir de lo cual caen, indefectiblemente, en el sentido común. Son estas producciones de sentido común las que, al escucharlas por televisión o radio, promueven la identificación mutua, llegándonos a parecer que a nosotros también se nos pudo haber ocurrido y que ponen en evidencian lo bueno, lo correcto, lo que debería hacer vivir a un sujeto mejor. Pero no terminan de explicar por qué algunas situaciones que producen dolor en las personas no pueden tener freno y por qué las soluciones obvias no pueden ser puestas en práctica. Es allí donde las psicoterapias proponen erradicar el síntoma para que un orden social se mantenga: responden diciendo que algo va mal y hay que cambiarlo, o sea, con el sentido que los criterios sociales compartidos le dan al padecimiento del sujeto, cosa que, por otra parte, él mismo ya sabe por propia cuenta y le repitieron probablemente sus amigos y parientes. Aún cuando esta psicoterapia lograse su objetivo inmediato, el síntoma, entendido como la satisfacción sustitutiva de una exigencia inconsciente, insistirá, de la misma forma o con un nuevo revestimiento.

Los síntomas son aquello que no va bien, lo que insiste una y otra vez para que algo no marche. Para el psicoanálisis esto que persiste es lo real, definido como lo que emerge en respuesta e impide el funcionamiento del discurso del Amo. El discurso del Amo, son los dictámenes del Ideal (del yo), social y personal al mismo tiempo: “Esto falta para que seas reconocido”, “Esto falta para que quedes bien ante los ojos de los demás”, o los del Superyó: “¿Quieres ser esto? Pues fíjate como eres lo opuesto, como nunca lograrás lo que quieres, como acabas siendo siempre la misma cosa sin valor”. Desaparecer el síntoma en forma radical es desaparecer la forma que un sujeto ha inventado para, mal que bien, no terminar sofocando sus deseos bajo los mandatos internalizados. El psicoanálisis no ignora los impases y sufrimientos de un sujeto por sus propios síntomas pero, para separarlo de ellos, hace falta un consentimiento del sujeto que le permita saber de qué se trata con aquello que lo hace padecer.

Como dice Jacques Alain Miller,”El analista no debe perder de vista que la brújula es el síntoma, frente al cambio del Otro social, del Otro de la cultura, frente al avance del discurso científico, el analista apuesta a la ética del síntoma, a la conformación del síntoma analítico. O sea a los modos de gozar del sujeto desde la clínica de la particularidad del uno por uno, que es la clínica de lo real ”.
Ficción o reality, la audiencia es seducida aquí por el papel del tercero en cuestión que se le propone, como estando en condiciones de dar cuenta de lo que funciona y lo que no. Pero la fuente más potente de esta seducción es, en realidad, la de participar en la intimidad ajena. Este tipo de programas muestra lo peor del otro para ofertarlo como objeto de goce ofrecido a la mirada.

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